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«El verdadero inteligente es el que aparenta ser tonto ante un tonto que se cree inteligente» (Proverbios 11:17).

No te sientes imbécil, aunque algunos piensen que lo eres. Te la suda. Tampoco lo es usted. No obstante, en ocasiones (por educación o, casi siempre, por cobardía), aceptas/aceptáis parecer serlo. Perdéis entonces a ese niño vallisoletano que un día fuisteis, ese que solía decir la verdad, como Daniel «El Mochuelo»  y que solo sabía de lo que no había sido inventado... Actuáis, a menudo –sirva de preámbulo- como los personajes de ese aleccionador cuento del rey desnudo. ¿Lo conoce? Érase una vez un sastre pícaro que elaboró para el rey un traje inexistente que solo los listos podían ver… Al ponérselo, su majestad iba pavoneándose por su reino, desnudo, pero nadie osaba decírselo por no aparentar imbecilidad. Hasta que un chaval se atrevió a denunciar públicamente el engaño al exclamar que el monarca iba en pelota picada.

¿Estabas en...? Mahón/Maó o lo que se tercie… Una «aclamada» autora exponía sus óleos. En uno de ellos aparecían tres franjas horizontales: la superior era de azul claro, la intermedia marrón y la última azul oscuro. ¿Título? «Menorca». Las mentadas franjas eran lisas, como elaboradas con rodillo de pintor de brocha gorda. Al estar la insigne creadora presente le preguntaste por el lienzo.    Te miró con desprecio. «¡Pobre analfabeto!» Sin embargo, se bajó de los altares para explicarte la complejidad de su criatura: el azul claro representaba el cielo, el marrón la tierra y el azul oscuro el mar… Callaste. E hiciste mal. Porque lo que te pedía el cuerpo era confesarle que, para ti, al menos, aquello era una memez, una burla para quien aceptara ser burlado. De haberlo hecho, tal vez la emérita señora habría cambiado su mirada displicente por otra en la que el terror comenzara a anidar. Nada hay tan temido por un timador como la verdad. «¿Y si todos comenzaran a hacer otro tanto? -probablemente caviló la desdichada-. Saliste de la sala enfadado, pero no con ella, sino contigo mismo, enfadado por tu falta de valentía, por no haberle dicho al rey que iba con los cojones al aire… Otro tanto hiciste en Barcelona, en una galería, donde un lienzo de grandes proporciones aparecía totalmente en blanco, excepción hecha de una pequeña mancha oscura en el lado inferior derecho. ¿Título? «Soledad». El padre de la criatura te verbalizó: «representa la angustia de la mancha en un mundo en blanco.» No le replicaste.

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Ahora –temes- ocurrirá lo mismo con la aparentemente infumable película ganadora del Óscar de este año, a excepción hecha de la crítica que, en esta ocasión, ha manifestado su repulsa por la cinta. A pesar de ello, no faltará el intelectualillo bobalicón que verá en ella multitud de prodigios, el traje del alelado rey… Adviertes a tus lectores que no la has visto y que, por lo tanto, de momento, te reservas tu opinión. Aunque –eso sí- no pudiste acabar de ver ni tan siquiera un vídeo promocional de apenas cuatro minutos…   

Ocurre igual con la política. Un ejemplo puede ser revelador. De cobardía. Son multitud los que aprobaron y siguen aprobando la gestión que realizó Águeda Reynés al frente de la Alcaldía de Maó. Pero callan. Falta la verdad de un niño… En eso coinciden numerosísimas personas de derechas y de  izquierdas. Y les das la razón de forma plena y apasionada. La conoces desde hace mucho. Y sabes de su capacidad de trabajo, de su bonhomía y de su total incapacidad para el rencor o el resentimiento. Fue, sin duda, una extraordinaria alcaldesa. Pero nadie de quien eso confiesa en privado, ha sido capaz de expresarlo públicamente… ¿Por?

Esa tibieza y esos complejos y ese no exteriorizar libremente lo que uno piensa, os convierte, ciertamente, en auténticos imbéciles de los que se nutren los parásitos (de cualquier índole y condición). O peor todavía: os muda en seres profundamente injustos... Y eso –lo sabes- es otro tipo de corrupción… Probablemente, por cercana, la más triste…