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La semana pasada, en la entrega de llaves de los pisos dotacionales de Mahón, el alcalde y la presidenta del Consell echaron su discursito en castellano. Resultó tan normal que pareció anómalo en el contexto político actual de arrinconamiento institucional de una de las dos lenguas oficiales. El público al que se dirigían era plural, con mayoría de nouvinguts de allende el Cap de Bajolí.   

Las autoridades quisieron hacerse comprensibles en su mensaje, que en estos tiempos y fechas va acompañado de una ineludible connotación electoral. A alguno les recordó el criterio que suele manejar la iglesia menorquina, que también recurre al castellano cuando se trata de motivar las aportaciones de los feligreses en, por ejemplo, la campaña de la renta para marcar la equis donde toca.

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Francina Armengol, cuya personalidad la convierte hoy en el primer animal político de las Islas al que solo la distancia en el tiempo la separa de Gabriel Cañellas, al que aspira a superar en años de mando, comenzó en mallorquín y concluyó en castellano. No quería, imagino, que un acto de naturaleza social y festiva como la entrega de pisos a estrenar perdiera eficacia.

Después de la experiencia reciente sobre el catalán en la sanidad y el vaivén de su postura oficial por el marcaje al que le someten los socios, optó por combinar simpatía con lo políticamente exigido.

La mitad de los vecinos de este municipio, el más universal de de Menorca, provienen en gran parte de tierras donde la lengua con la que vinieron a trabajar no es la de aquí, aunque cada vez son más los persuadidos por ella. Ante unas elecciones, esa realidad reaparece en el PSOE, que no puede perder fuerza electoral de la mano de obra que vota y tiene capacidad para decidir. Ser amable no resulta incompatible con la coherencia, había allí docenas de votos en expectativa.