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Quienes me conocen personalmente y quienes leen (con paciencia infinita, reconozcámoslo) mi barroca columna en «Es Diari» saben hasta qué punto desprecio a los amados líderes vendedores de humo a precio de trufa. No me trago de los partidos políticos ni la puntita más tierna de su parloteo inane. Mi desafección por el PP, por ejemplo, es de magnitudes épicas, solo comparables a la que siento por el PSOE, Unidas Podemos/es, Vox, por Maroto y por el de la moto. Viven (y muy bien) a nuestra costa y tienen el morro de simular que lo que perpetran lo hacen por nuestro bien. Por añadidura, en los últimos tiempos han trepado a la punta de la pirámide unos personajes mediocres, patéticos en ocasiones, cuyo único mérito conocido es ser capaces de babear perrunamente a los pies de los listillos de su manada (Pedro, Pablo, Santi, Alberto etc), quienes (estos sí que saben) pastorean el rebaño mientras se pitorrean de los fieles que tragan sus trolas con la avidez del incauto.

Dejando claro el contexto, y dado que se avecinan elecciones locales me gustaría matizar un par de extremos.

Extremo 1: la política municipal es otra liga. En ella no juega Messi, juega ese tipo o tipa que te cruzas por la calle. En cierto modo es como tú. Puede que tenga ideas que coincidan con las tuyas (o no), puede que abuse a veces de tu fe, puede (y esto creo que se da frecuentemente) que la cague y sea reacio a reconocer que la realidad es terca y no obedece a ideologías por mucho que uno insista; pero no suelen ganar un dineral: muchos tienen otros curres, y antes y después de ser ediles se ganan la vida en menesteres más homologables a nuestro mundo cotidiano de madrugar, pagar facturas, educar hijos, comer paellas con los amigos…

A Estos los respeto. Seguramente no a todos (habrá algún capullo, como entre fontaneros, taberneros o astronautas) pero pienso que si no están en la cúspide política es probablemente porque tienen principios, digamos que tienen más respeto por sí mismos y sus semejantes del que exhiben los amados líderes que gobiernan nación y autonomías.

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Extremo 2: tras leer en este diario la columna de Juan Luis Hernández, «Contigo mismo» del 21/03/23, me quito respetuosamente el sombrero y me sumo a su manifiesto en favor de Águeda Reynés. Opino como él que fue una extraordinaria alcaldesa. Sin pereza por encontrar soluciones a los asuntos que plantean los ciudadanos, no se hizo la sueca; escuchaba y valoraba opciones. En una palabra: trabajaba.

No puedo jurarlo, pues mi trato con ella ha sido efímero, pero apostaría sin dudar a que es una tía honesta. Si como asegura Juan Luis Hernández muchos callan estas virtudes (por cobardía parece deducirse del texto) peor para ellos (la cutrez de espíritu debe pesar como una losa cuando uno queda a solas con su conciencia).

Extremo 3: He recibido otra estampita electoral. Esta vez del PP (partido en el que milita, -¡lástima no vaya por libre!- Águeda Reynés, a quien como queda suficientemente claro por lo manifestado en el extremo 2, admiro y respeto). La oferta, que incluye bondades más o menos utópicas, del tipo limpieza, bajada de impuestos, recogida de residuos, vivienda accesible, servicios, agua potable, instalaciones deportivas, aparcamientos, educación etc, todas ellas cabales, incorpora (me cachis en la mar) una idea nefasta (siempre según mi criterio): recuperar (Fortuna no lo permita) la doble circulación en la parte de Llevant del Puerto de Mahón. Tras décadas suspirando por reducir el espacio dedicado a los coches en un área tan querida por los amantes de la belleza y la paz ; después de conseguir que el puerto deje de ser una autopista para convertirse en paseo, involucionar penosamente a la antigua fórmula tan facilona como casposa tendría consecuencias funestas: pérdida de sosiego circulatorio, pérdida de espacio para el peatón, pérdida de espacio para las terrazas, que han adecuado su funcionamiento al nuevo status cuasi peatonal, pérdida de empleos (por la reducción de mesas) y por añadidura de ingresos para el fisco. En resumen: una mala idea, una cagada quizás monumental.

Un voto menos.