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Tenemos cuerpo, alma, inteligencia. Del cuerpo son las sensaciones; del alma, los instintos; de la inteligencia, los principios». La cita es de Marco Aurelio, emperador romano, politólogo pionero, y uno de los grandes maestros del estoicismo, el mismo que aconseja «si no es correcto, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas».         

Ese pensamiento ayuda a encontrar la motivación del voto, el gran reto que intentan conocer y manejar los candidatos a las elecciones dentro de diez días. Descartemos a los abstencionistas, que son la mayoría, rebotados, abúlicos, incrédulos de la fórmula «un hombre, un voto».       

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Es plenamente actual la idea del culto emperador, estamos en la democracia de las sensaciones, el «me cae bien» como fundamento de la elección. Este apartado incluye también la fidelidad del voto familiar, ese «mi abuelo fue republicano» y siempre apoyaré a quien defiende aquellas ideas, aunque no sean ya las mías. Es el peso de la tradición política, el «yo soy de los vuestros».

Al instinto corresponde otro tipo de motivación, el voto negativo, elegir a unos no por ser los seleccionados por sus cualidades sino porque es la mejor forma de parar a los que de ninguna manera queremos. Se fundamenta en el análisis de la experiencia y en el saber bien lo que no se quiere, aunque no se tenga tan claro lo que viene. Ese «cualquiera menos estos» vale igual que el voto de las sensaciones. A esta categoría pertenece también la    motivación interesada, la de quienes se aseguran un cargo o un empleo surgido del poder, el instinto de supervivencia.

Finalmente, la motivación de la inteligencia, el voto de los principios, el positivo, el del convencimiento personal e ideológico que en mayor o menor porcentaje llena el saco de votos de cada partido. Pero no tienen más valor que los votos movidos por las sensaciones o los instintos, todos suman igual.