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La campaña concluye esta semana con el gran mitin de la aprobación del PTI a cuadro días de la apertura de las urnas. Solo faltó hacer la ola entre el público de parte que llenaba la sala. La política, como casi todo en la vida, es ética y estética, fondo y forma, y para ser correcta debe cumplir ambas dimensiones. No parece que llegar deprisa y corriendo a aprobar un planeamiento, cuya necesidad no se cuestiona, responda a esos requisitos de buena política.

Las encuestas son otro elemento imprescindible de la campaña. Constituyen un estímulo para los que aparecen como ganadores y para los que no, vencer a las encuestas se convierte entonces en el reto sobrevenido aun sabiendo que los resultados les serán adversos, sin opción de remontada.

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Si están bien hechas y bien cocinadas, marcan la tendencia con un elevado nivel de acierto. Basta repasar las de anteriores convocatorias. Casi todas están realizadas conforme a la ciencia sociológica salvo las de Tezanos, que ha convertido al prestigioso CIS en una especie de vergüenza nacional y sus trabajos, que siguen gozando de gran predicamento periodístico, en una previsión-manipulación dirigida a crear la sensación de que puede ocurrir, a generar una realidad. Y, ya se sabe, las personas reaccionan en función de esa realidad creada.

De este modo, los sondeos son utilizados como munición de campaña para intentar crear tendencia. Así y todo, una gran mayoría sigue alejada del circo y lo que necesita no es que le anticipen el ganador o ganadores sino que le persuadan con razones creíbles de que ir a votar vale la pena y de que los futuros gobernantes tienen capacidad.

Si no la tienen, les veremos después «sumidos en la peor estupidez», como decía Sócrates a su amigo Alcibíades, «he aquí por qué te has arrojado a la política, antes de recibir instrucción. Y tú no eres el único a quien sucede esta desgracia».