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Cien días, algo más de tres meses, es una eternidad para los tiempos que corren. Años atrás ese era un periodo de ‘alto el fuego’ para todo gobernante que entraba a gestionar después de unas elecciones, pero ahora la política, como la vida, ya no entiende de plazos, va acelerada.

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Así que todo apunta a que los nuevos inquilinos del Consell insular no van a tener ni un minuto de respiro, o como dijo una famosa, ni un nanosegundo en el metaverso, la leña al Partido Popular ha empezado, incluso antes de que se instale en el gobierno de la sede de la Biosfera. Ya han recibido una serie de avisos sobre cómo piensan terminar algunos proyectos que se han eternizado en el tiempo –ese culebrón de la reforma de la carretera general, por ejemplo–, o sobre el manejo de una mayoría de votantes que, aritméticamente es de izquierdas, aunque cuando los votos han sumado una mayoría de derechas se defiende el pacto y se alega que quien gana realmente es el que logra formar gobierno. Incluso hay quien, en el problema de la vivienda o el de la venta de fincas rústicas a grandes inversores, que comercializan una noche a cuerpo de rey por 1.200 euros, busca ya culpables en los consellers que aún ni han asumido el cargo. «

Disfruten de lo votado», dispara uno de esos comentaristas de noticias digitales, ¿qué ha sucedido desde el 28-M? ¿Se han volatilizado ocho años de gobierno de izquierdas? ¿No se han construido hoteles de lujo en fincas compradas por franceses a diestro y siniestro en los últimos mandatos? ¿Qué pasó con esa Conselleria de Movilidad incapaz de licitar los contratos del transporte público, caducados desde 2020, o que no ha podido gestionar los problemas con la ITV? Lo justo sería dar algo de tiempo al recién llegado pero no va a ser así. Esos cien días, poco más del 6 por ciento del mandato, van a ser trascendentales, sobre todo porque Vox está en la ecuación. Vilafranca empezará con máxima presión, tanto de la oposición como de la calle.