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Mientras la menorquina Cristina Gómez se preparara para ejercer como llanera solitaria de Podemos en el Parlament, dado el proceso de extinción al que le están condenando las urnas, las adalides del partido en el gobierno nacional torpedean la única salida que le queda a la formación populista.

Adherirse al invento de Yolanda Díaz, la gallega que ejerce como tal cuando le plantean cuestiones que le incomodan y no se moja ni debajo de la ducha, es la tabla a la que puede agarrase el partido lila para frenar mínimamente su caída al precipicio, como le ha ocurrido en casi todo el territorio nacional, incluida Menorca.

Irene Montero, Ione Belarra o  Pablo Echenique, tres podemitas en la vanguardia bracean en el mar que les ahoga y piden un lugar preferente en las listas de Sumar para poder mantenerse en las cortes aunque vayan a dejar de gobernar. Yolanda, por razones que no escapan a nadie, los quiere lejos, muy lejos de los primeros puestos.

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La lógica debería aconsejar, especialmente a la ministra de Igualdad, que abandone porque es difícil superar su ineficacia, no admitir el más mínimo error y perjudicar a todo el partido en las diferentes circunscripciones. Al tiempo que pelea por prolongar su meteórica carrera política, el Tribunal Supremo acaba de ratificar la validez de la rebaja de las penas aplicadas por las Audiencias Provinciales y Tribunales Superiores de Justicia en aplicación del texto original de la ley del ‘sólo sí es sí’, de la que Montero es su lamentable autora.

Se trata de un motivo catedralicio para dar un paso al lado o desaparecer directamente si no quiere impedir que los votantes que le quedan a su formación tan venida a menos tampoco se añadan a la nueva alianza que aspira a repetir el peso disfrutado en el Ejecutivo de Pedro Sánchez hasta ahora.

Podemos agoniza pero sus propias líderes están dispuestas a aplicarle la eutanasia antes de tiempo.