Posiblemente el precio de la vivienda es uno de nuestros principales marrones. El problema es claro. La solución no tanto. Hay quienes piensan que el estado debiera intervenir con mayor determinación en el mercado. El problema con esta solución es que la realidad viene demostrando tozudamente que la fórmula dista mucho de funcionar. Los propietarios, alarmados, retiran sus viviendas del mercado y los precios suben, cuando se pretendía lo contrario.
Por otra parte, la demanda de vivienda supera la oferta, de manera que el mercado dejado a sus anchas produce el mismo resultado que el intervenido: precios altos.
He tenido una idea esta noche mientras el insomnio -producido por el temor a que los subnormales que tienen medios para hacerlo nos empujen al abismo de una guerra muy gorda- propiciaba que mi mente reflexionara en la madrugada en lugar de soñar con dulzonas escenas.
Paso a contarles la idea que di a luz.
El estado debiera intervenir, pero de una manera distinta a la que viene haciendo, esto es: poniendo en el mercado casas protegidas.
Es sabido que todo candidato a la presidencia de un Gobierno, Autonomía o Alcaldía promete en su programa la construcción de este tipo de viviendas (Super Pedro prometió tropecientas mil, sin ir más lejos). Es también conocido que dichas promesas (junto al resto de ellas, confesémoslo) se incumplen de manera tan sistemática como descarada, sin que -por cierto- tal proceder acarree ninguna consecuencia para quienes así traicionan su palabra, de manera que con enorme soltura volverán a prometer lo mismo en la siguiente convocatoria, luciendo gran sonrisa, arropados por el aplauso entusiasta de los incondicionales que acuden a esos patéticos mítines que adornan toda campaña electoral que se precie.
Quizás alguna vez en el futuro algún político honesto se digne a cumplir con esa promesa y construya esas viviendas sociales que harán posible que todo ciudadano pueda alquilar un espacio donde vivir dignamente. Pero eso no va a suceder ahora, de manera que convendría hacer algo urgentemente.
Ya hay casas en manos de los bancos listas para ser habitadas. El problema es que pertenecen a los bancos, y no dudemos que a estas entidades les place más ser rescatadas que rescatar.
Como soy defensor de la propiedad privada no propondría robar estas viviendas a los bancos, pero sí que el estado las comprara, negociando un buen precio, ya que a los bancos al parecer les estorban: no les aportan beneficios.
Esta sí sería una positiva intervención en el mercado.
Y la pasta, ¿de dónde la sacamos?
Desde luego no de más deuda (estamos endeudados hasta las cejas para varias generaciones), pero sí (y aquí viene mi genial idea) de exprimírsela a los políticos. ¿A que suena bonito?
Intervención número uno: a tomar por saco el Senado. Todos sabemos que no sirve para nada tangible. Ya tenemos unos milloncejos para comprar un puñado de casas a los bancos y ponerlas en el mercado del alquiler protegido (no en el de la compraventa, en cuyo caso las comprarían los espabilados -que haberlos haylos-, y estaríamos en las mismas).
Intervención del estado número dos: A tomar por saco los miles de asesores sobrantes (cuñados etc); los coches oficiales que exceden las necesidades razonables; los vuelos de placer (cuando no de negocios privados) en jets estatales con sus helicópteros de cercanías y su canesú; las miles de subvenciones opacas, injustificadas en tantos casos, fruto del tráfico de influencias en muchos otros. A tomar por saco RTVE (miles de millones pulidos en propaganda del gobierno de turno), y todas las televisiones públicas autonómicas (otro montón de millones ahorrados). Ya tenemos otras cuantas viviendas sociales a disposición del mileurista en busca de un hogar donde meterse (para alivio en algún caso de sus ancianos padres que van teniendo ganas de que su casi cuarentón vástago deje la nevera tranquila)
Tercera intervención estatal: al paro la mitad de cargos públicos, tan onerosos como numerosos (tenemos más que Alemania), bajada de sueldo a eurodiputados, secado del chorreo de Correos…Ya da para muchas casitas, ¿no?