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Hace años, tantos que es una historia del siglo pasado, colaboré con Carmen Posadas en su libro titulado «EsCenas Improbables». Tal como intenta indicar el juego del título, se trata de unas cenas que eran improbables porque se organizaban con personajes históricos, que personas relevantes de distintos ámbitos sociales de aquel entonces decidían invitar a su mesa, manteniendo en el libro un diálogo ficticio, pero interesante.

Si hoy, día mundial de la ciencia por la paz y el desarrollo, tuviera la posibilidad de tener un invitado «improbable», elegiría, sin duda, a Albert Enstein, un científico que cambió la forma de entender el universo y, a nivel personal, también fue un hombre de principios. Siempre abogó por la justicia y los derechos humanos, y fue un firme defensor de la igualdad racial en Estados Unidos. Muestra de ello es la anécdota de cuando le ofrecieron una cátedra en la Universidad de Princeton. No la aceptó hasta que la universidad eliminó una política de segregación racial, «el racismo es una enfermedad de ignorantes», mantenía.

Le preguntaría por su gran creación: la teoría de la relatividad, una de las ideas más importantes en la física moderna. Su famosa ecuación E=mc^2 revela la relación entre la masa y la energía, sentando las bases de una nueva forma de entender el cosmos. Me gustaría preguntarle cómo su peculiar personalidad y sus vivencias influyeron en su trabajo. Parece que, de niño, Einstein era considerado ‘lento’ y, según sus maestros, nunca llegaría lejos en la ciencia. Tardó en aprender a hablar y solía ser muy introvertido, lo que preocupaba enormemente a sus padres. Años más tarde, se descubrió que esta ‘lentitud’ era simplemente una faceta de su manera meticulosa y profunda de pensar, pues solía reflexionar intensamente sobre conceptos hasta comprenderlos completamente.

La curiosidad infinita de Einstein fue, sin duda, su rasgo más distintivo. Para él, la verdadera motivación de la ciencia era el asombro. En una ocasión contó que de niño había quedado fascinado por la brújula de su padre, que parecía apuntar en la misma    dirección sin ninguna fuerza visible que la controlara. Esa experiencia despertó en él una profunda inquietud sobre los misterios del universo, llevándolo a explorar las fuerzas invisibles que rigen la naturaleza.

Además de ser un genio, Einstein fue un pacifista comprometido, en una época marcada por la guerra y el conflicto. Sus palabras fueron: «La paz no puede mantenerse a la fuerza; solo se puede lograr mediante la comprensión». Durante la Primera Guerra Mundial, fue uno de los pocos científicos que se opuso abiertamente al nacionalismo extremo y a la violencia. Aunque años después apoyó la investigación nuclear, lo hizo con gran pesar y por temor a que los nazis desarrollasen una bomba antes que Estados Unidos. En un artículo de Newsweek de 1947, titulado «El hombre que lo empezó todo», se le cita diciendo: «Si hubiera sabido que los alemanes no lograrían fabricar una bomba atómica, nunca habría movido un dedo».

Hasta el final de su vida se dedicó a promover el desarme y la cooperación internacional.

Sus ideas sobre el tiempo y el espacio eran tan revolucionarias que muchos científicos de su época tardaron en aceptar su teoría de la relatividad. Nunca daba nada por sentado y probaba cada idea con el rigor y la creatividad que sólo una mente como la suya podía lograr. Einstein creía que la intuición era esencial para la ciencia y que la creatividad tenía un papel crucial en la resolución de problemas, ideas que hoy inspiran a millones de científicos y estudiantes. «La imaginación es más importante que el conocimiento» decía, con lo que ponía por delante el deseo de explorar y cuestionar, más allá de memorizar hechos científicos.

Su pensamiento humanista ha dejado importantes frases para la reflexión que hoy en día tienen una especial importancia como «dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, es la única manera» o también «hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad».

Einstein vivió de manera sencilla a pesar de su fama mundial. Prefería la ropa cómoda y sus característicos suéteres de lana, y no le interesaban los lujos ni el dinero. Su enfoque en la ciencia y la filosofía era, para él, más importante que la fama o el reconocimiento.

Su trabajo científico ha tenido un gran impacto en el avance de la    humanidad. Su vida y sus principios son una muestra de que la ciencia y la paz están intrínsecamente conectadas. Con todo ello, dejó una inquietante frase «no sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero sí sé que la Cuarta será con palos y piedras».