una nueva era

Los genes

TW

En un día de febrero de este año se desató un debate en las redes sociales, debido a la visita de Elon Musk al despacho Oval junto a uno de sus 11 hijos, el pequeño de cuatro años conocido como X AE A-XII, o «Equis» de manera familiar. El vídeo de este encuentro generó, al menos, inquietud. En él, el presidente de EEUU fue desafiado por el niño, quien lo increpa mandándole que se calle y le termina diciendo «tú no eres el presidente y tienes que irte». Para muchos, las palabras del niño reflejan una aspiración compartida, pero lo que planteo en este artículo de opinión, a la vista del impresentable personaje que refleja ser Elon Musk, es la conjetura que se ha lanzado tras este hecho de si, a través de los genes, realmente se transmiten vivencias o traumas de nuestros padres o incluso de nuestros ancestros.

La ciencia, a través de la epigenética, sugiere que el trauma experimentado por un padre puede dejar una huella en los genes de sus hijos, e incluso puede tener un efecto multigeneracional. Esto nos lleva a cuestionarnos: ¿qué fracción de nuestro destino está predeterminada? ¿Hasta qué punto tenemos control sobre ello?

La investigación de Rachel Yehuda, profesora de psiquiatría y neurociencia del trauma en el Hospital Mount Sinai de Nueva York, apunta a una pequeña «señal» epigenética que indica que una experiencia transformadora «no simplemente muere contigo», como ella señala. «Esa experiencia tiene una vida propia en alguna forma».

En un estudio publicado en 2020, Yehuda analizó un importante grupo de sujetos, observando variables como el sexo y la edad de sus padres durante el Holocausto. Sus hallazgos revelaron diferencias en el ADN de los niños cuyas madres habían sobrevivido al Holocausto en comparación con los sujetos de control judíos cuyos padres no habían vivido dicha experiencia.

2 Los resultados de estudios genéticos sugieren que el trauma de una madre, incluso si ocurrió durante su infancia, podría inducir cambios epigenéticos en el ADN de sus óvulos y, por ende, afectar a la salud mental de sus hijos.

Un estudio de 2019, realizado con veteranos masculinos australianos de la guerra de Vietnam, ofrece pistas adicionales sobre cómo el trauma puede trascender generaciones.

Dada la longevidad de los seres humanos, y el tiempo que tardan en reproducirse, los investigadores encuentran más fácil explorar los efectos del trauma heredado en ratones, que pueden generar múltiples camadas al año. En una serie de experimentos destinados a comprender cómo los animales pueden transmitir información sobre un trauma ancestral a su descendencia, Brian Dias, neurocientífico del Hospital Infantil de Los Ángeles y profesor asociado en el programa de neurociencia del desarrollo y neurogenética de la Universidad del Sur de California, expuso a ratones a un compuesto químico con olor a flores de cerezo y los asoció con una leve descarga eléctrica.

Consecuentemente, los ratones aprendieron a temer ese olor. Fascinantemente, las siguientes dos generaciones de ratones reaccionaron al mismo aroma con un sobresalto, a pesar de no haberlo olfateado previamente.

Fuera del ámbito científico, en el contexto de creencias alternativas y búsqueda de explicaciones, encontramos pseudoterapias como las «Constelaciones Familiares», que postulan que las personas pueden percibir de forma inconsciente patrones y estructuras en las relaciones familiares. Sin duda, estas memorias familiares actúan como esquemas afectivos y cognitivos que influyen en su comportamiento.

Si bien hay pocas investigaciones científicas concretas sobre las constelaciones familiares, algunos estudios recientes han comenzado a ofrecer referencias positivas sobre esta terapia.

A pesar de esto, más allá de la genética, el ejemplo de los progenitores y el entorno familiar y social constituyen la escuela más poderosa en la formación de una persona. En el caso del pequeño X, ya sea por herencia genética o por la observación de su padre, ha incorporado, en forma de tic, una prepotencia enfermiza. Vaya tres. ¡Estamos apañados!