Si hubiese que encontrar un arquetipo contemporáneo del político como maestro de la contradicción, arquitecto del engaño y estratega del poder a cualquier precio, Pedro Sánchez encajaría en esa descripción sin esfuerzo. Su trayectoria se define por la capacidad de sostener dos verdades opuestas, de convertir la mentira en virtud y la incoherencia en hoja de ruta. En este sentido, el «Síndrome de Hibridis» no solo lo describe como un líder híbrido, sino como un político que ha hecho de la duplicidad su principio rector, oscilando entre el cinismo y el pragmatismo, con un desparpajo que desafía incluso los límites de la vergüenza política.
Lo más preocupante no es que Pedro Sánchez mienta —algo inherente a la naturaleza política desde Maquiavelo— sino que lo hace con absoluta impunidad, sin coste alguno y con la certeza de que su electorado no lo castigará. Ha elevado la mentira a categoría de doctrina de Estado, convirtiéndola en el pegamento de un gobierno sostenido por la contradicción.
Pedro Sánchez con los herederos de ETA. Foto: theobjetive.
Pedro Sánchez no es simplemente un político de promesas incumplidas—eso sería lo habitual—sino un caso paradigmático de desdoblamiento político: no es que falle en su palabra, es que su estrategia consiste precisamente en prometer algo con el propósito de hacer lo contrario. Veamos algunos ejemplos:
1.-Pedro Sánchez afirmó rotundamente que nunca pactaría con EH Bildu, el partido heredero de la izquierda abertzale vinculada a ETA. No solo pactó con ellos para gobernar, sino que les concedió cuotas de poder, permitiéndoles influir en la legislación y control de organismos públicos. Eso por no hablar de Navarra y su capital Pamplona.
Aquí encaja el concepto de doblepensar de George Orwell, reflejado en su obra en 1984: «El poder radica en sostener dos creencias contradictorias en la mente al mismo tiempo y aceptarlas ambas». Sánchez niega la realidad hasta que necesita validarla.
2.- Cuando le convenía, Sánchez demonizaba a Podemos como una amenaza para la democracia y la estabilidad económica. Después, los incorporó en su gobierno, dándoles poder en ministerios clave. Este es un caso claro de ética utilitarista mal entendida, donde el fin (permanecer en el poder) justifica los medios, sin importar cuán descaradamente se contradiga.
3.- Durante la campaña electoral de 2023, Sánchez repitió hasta la saciedad que no concedería una amnistía a los condenados por el intento de golpe independentista en 2017. Después de las elecciones, cambió completamente su postura para asegurarse el apoyo de los partidos separatistas. En la lógica kantiana, Sánchez representaría la negación del imperativo categórico, es decir, gobierna en base a reglas que solo aplica según su conveniencia, destruyendo cualquier concepto de coherencia ética.
4.- Prometió que los responsables del referéndum ilegal del 1-O cumplirían sus penas, pero luego los indultó, en otro pacto de supervivencia con los separatistas. Sánchez cree que domina el tablero político, pero en realidad, es rehén de sus propios aliados, a quienes ha concedido poder para seguir gobernando. Aquí nos encontramos con el concepto hegeliano de dialéctica del amo y el esclavo.
5.- Minimizó la crisis económica, asegurando que la inflación se corregiría sola. Mientras tanto, los precios han seguido subiendo, afectando a las clases medias y bajas. Sánchez no busca la verdad, sino manipular el lenguaje para redefinir la realidad. Para él, la inflación es solo un problema narrativo, no un hecho económico tangible.
6.- Se presentó como un defensor de la clase media y trabajadora, pero sus políticas fiscales han aumentado la carga impositiva sobre estas mismas capas sociales. Esto me recuerda al concepto de «falsa conciencia» en Marx, donde el poder manipula a las masas para que crean que las políticas en su contra son, en realidad, en su beneficio.
7.- Prometió no tocar la independencia del Poder Judicial, pero intenta modificar las leyes para nombrar jueces afines al gobierno. El sabe que controlar la justicia es una forma de suspender el orden democrático desde dentro. Sánchez encarna la tesis de Carl Schmitt: «Soberano es quien decide sobre el estado de excepción».
8.- Afirmó que el «sanchismo» no era un concepto real, pero su campaña electoral giró en torno a su figura, su resistencia y su forma de hacer política. Sánchez ha construido su identidad en torno a un relato de resistencia, sin importar la realidad objetiva.
9.- Prometió mantener las penas para los delitos de sedición y corrupción, pero las eliminó para beneficiar a sus socios independentistas. Esto es una aplicación práctica del principio de relativismo moral que consiste en asumir que el poder no se basa en principios ni valores, sino en estrategias discursivas.
La conclusión es clara: Pedro Sánchez no es simplemente un político mentiroso. Es un fenómeno político posmoderno, donde la verdad ya no es un valor, sino una herramienta maleable al servicio del poder. Ha convertido el engaño en pilar de su liderazgo, desdibujando la frontera entre la política y la propaganda. En su gobierno, la contradicción no es un error, sino una estrategia.