Me embriaga el aroma de la tierra. Esa tierra que me envuelve, me ofrece que me sienta satisfecha al pisarla con cuidado, tal como se me enseñó al iniciar mis primeros pasos allá en la carretera des Castell. Una vez más cito el lugar, la desaparecida Sínia des Moret, hoy convertida en bares y restaurantes.
Hace un instante he regresado de la boyera, como de costumbre he ido quitando rastrojos de hierbajos infiltrados entre las piedras, arrinconando las mismas que van cayendo de las paredes. Paredes que me atrevo a decir centenarias, a su vez por diversidad de casos se van deshaciendo de sus renglones que un día lejano el paredador intentó dejarlas sujetas unas a las otras sin necesidad de cemento alguno, su conocimiento era tal que han perdurado. Es curioso como las mismas han servido de separaciones de distintos propietarios, sin carteles ni nada parecido, separando las propiedades y que tan sabiamente nuestros antepasados siempre conocieron a quién pertenecían las tanques.
Debo añadir, que actualmente según los hombres del campo, uno de los males de sus derrumbes es debido a cuando sufren fuertes lluvias, los ramajes de matas silvestres y raíces de árboles como podrían ser los ullastres, y el descuido de los caminantes al recorrer caminos i carrerons al encontrarse piedras caídas no tengan el cuidado de ir recogiéndolas y depositándolas en lo alto de las paredes.
No hemos perdido el tiempo formando un ramo de esas flores que tanto alegran el lugar, unas son silvestres y otras han ido apareciendo con el tiempo fruto de siembras de nuestras antepasadas, entre las mismas se encuentran lavandas, y diminutas florecillas liláceas y otras en tono rosado, siempre fueron de mi agrado si bien desconocía su nombre, gracias al arduo trabajo del GOB, hoy puedo saberlo: Orquídeas. Me alegro tanto de enterarme... sabedora de que en nuestra isla disponemos de las mismas, soy consciente que estas son silvestres, por lo cual las valoro mucho más.
Años pasados y en varias ocasiones, al hacer esta clase de caminatas, solía llevarme en la mochila un càvec petit, conocido por xaponet, al observar alguna planta de las que más arriba he citado, con mucho cuidado la cogía y al llegar a casa la plantaba en una maceta, con la intención de que fuera creciendo. Confesar que jamás lo logré, con el paso del tiempo me enteré de que precisan de los nutrientes o díganles ‘x’ del puro campo a la intemperie.