Te diré cosa

De paneles solares y avestruces

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Tras un largo invierno he vuelto a Menorca. El mundo es bonito, o así me lo parece, y sigo disfrutando con el descubrimiento de nuevos paisajes, distintas culturas y exóticos sabores, o revisitando durante mis vacaciones lugares y personas entrañables.

Siento no obstante un gran placer cuando me reencuentro con mi hogar adoptivo: cuando vuelvo a Sa Roqueta después de una prolongada ausencia, me gusta recorrer enseguida ciertos enclaves por los que guardo una especial querencia. Como suelo abandonar la Isla a finales de verano, mi último recuerdo de su interior suele ser de campos más bien secos, o acaso reverdecidos tímidamente tras una septembrina tormenta, de manera que al volver en primavera se me ensancha el alma al observar las tancas exultantes de fresca vegetación, de un verdor casi lujuriante.

En esta ocasión me recogió amablemente mi hermano en el aeropuerto y le pedí (lucía un sol radiante) que diéramos una vuelta por el Camí de Cutainas, en Sant Climent, una ruta por la que he paseado a pie y en bicicleta centenares de veces, siempre disfrutando de una sensación impagable de pura esencia rural, con sus asnos, caballos, vacas, zarzamoras adheridas a paredes secas tan bellas como centenarias, pastos floridos y casas prediales cargadas de ese encanto del que suele gozar lo construido por la habilidad popular (me perdonen mis amigos arquitectos, a quienes admiro en otros muchos entornos creativos).

El tráfico en esa zona no es denso, de manera que se disfruta de una sensación de paz que me inunda de salud los pulmones y la mente.

En esta ocasión se me cayó el alma a los pies cuando al recorrer ese familiar tramo de paraíso, vi que alguien había arrasado de manera brutal decenas de hectáreas al borde del camino. Algo parecido a un cementerio de metales alineados en forma de triste derrota. Una masacre brutal.

Ignoro lo que opina la sociedad civil menorquina sobre esta destrucción masiva de naturaleza. La energía solar es sin duda más limpia que la proveniente del gas o el petróleo, pero si la opción para sanar los riñones es destruir el corazón, no me parece una gran idea.

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Si algo hizo bien Menorca los últimos decenios fue proteger su esencia.

Durante lustros se ha ido obstaculizando la ambición alicatadora del territorio (con excepciones notables como en Arenal d’en Castell y otras aberraciones), excediéndose incluso el celo (es una opinión personal) en temas como la reforma de boyeras (prefiriendo en ese caso su ruina a su nuevo uso) o los años de dilatación burocrática de permisos para soterrar tendido eléctrico etc. Ahora sin embargo, mientras se pide demoler estructuras elevadas en la carretera general o se lucha contra la excesiva carga de turistas y vehículos en verano (estoy de acuerdo con ambas reivindicaciones), se permite la devastación de un paisaje rural que, junto con la costa, la gastronomía, las poblaciones y sus pobladores, conforman el huevo de oro que nos da de comer y que nos permite como residentes unas condiciones de vida más favorables que las de un habitante de Getafe, París o Sabadell.

Ignoro si lo que estoy diciendo me sitúa a ojos del sanchófilo en la fachosfera tanto como la siguiente reflexión:

En mis charlas de tapeo o sobremesa me encuentro a menudo con la indiferencia de demasiada gente al respecto del uso que se hace de nuestra creciente contribución fiscal.

A mí, sin embargo, me sigue hiriendo (tanto como la destrucción del paisaje) saber a ciencia cierta que parte de mi dinero sirve para pagar nóminas a personas enchufadas que ni siquiera acuden a sus puestos de trabajo. Esto está ya sobradamente probado en varios casos que afectan a entidades de titularidad estatal. Solo Dios sabe cuántos más quedan escondidos bajo la alfombra. Solo Dios sabe cuántos favores sexuales y de toda índole estamos sufragando (tanto ustedes, indignados con razón, como aquellos que «otorgan» con su cómplice callar) a pretenciosos individuos que se proclaman protectores de «la gente».

Un saludo especial a los ciegos que no quieren ver, y unas palabras de ánimo para ellos: cuando las avestruces hacen piña, bien gozan.