Un avance que tarda en consolidarse

TW

El beso infligido a una jugadora de fútbol, por parte de quien debía mantenerse en el área de respeto que el prójimo merece, ha dado alas a que se revele el descaro con el que actúan determinados varones, en línea con la desenvoltura de la que siempre han hecho gala. Tal vez se ha magnificado en exceso, pero bien se merece un tajante toque de atención, para señalar que existen unos límites que no se deben traspasar. Sin embargo, no se ha producido una contundencia semejante a la hora de enjuiciar el posible delito por las coacciones que han concurrido, aunque a mi modesto juicio sea más reprobable que aquel hecho.

El peligro anida en que podemos estar dando importancia a detalles agrandados que no la tienen, en detrimento de actuaciones de más alto significado, porque si consideramos que esos pormenores realmente son ridículos, en vez de avanzar se está retrocediendo. Una vicepresidenta del Gobierno puede pensar que recibir unas palabras de elogio a su belleza contiene ingredientes sexistas, comportamiento en el que ella misma ha podido caer en un momento dado, pero poner énfasis en palabras irrisorias no conduce a parte alguna. Por eso hay que medir las consecuencias que se desprenden de cada una de las situaciones y no sacar conclusiones que más ensombrecen el camino que no lo iluminan. Mejor subrayar lo que realmente importa y no lo que puede provocar risas y rechazo.

La humanidad avanza con tímidos pasos, situándose muy por detrás de lo que a todos nos gustaría. Continúan desatándose guerras, surgen nacionalismos exacerbados, no cesan las artimañas de los dictadores para perpetuarse en el poder, cada vez los pobres lo son en mayor número frente a la indecente acumulación de riqueza por parte de unos pocos, el ansia de dominio de unos jerarcas no atiende a razones o pasa por encima de las legítimas aspiraciones de los pueblos… Otras realidades, en cambio, son más esperanzadoras, pero tardan en llegar o no muestran la consistencia que desearíamos.   

Es lo que ha ocurrido con el reconocimiento y respeto de los trabajadores, que se fijó en el siglo XIX un objetivo que no tiene vuelta atrás, por más que sufra embates corrosivos, erizados de obstrucciones. Es lo que ha ocurrido con la audacia de unas pocas mujeres del pasado siglo, que se han desplegado hasta conseguir que una masa intrépida haya tomado conciencia de que la lucha por la igualdad no es un capricho, sino un camino que resulta indispensable emprender, se quiera o no. El progreso ha sido espectacular, por más que falta mucho para llegar a una situación que pueda considerarse ideal. Posiblemente nos hallamos ante el cambio más llamativo que se ha producido en el mundo occidental en los dos últimos siglos, más importante y profundo que los inventos tecnológicos, esos que tanto nos llaman la atención. Pero, es indispensable avanzar más y consolidar lo que se ha logrado.

No se trata de dejar solas a las mujeres en una reivindicación que hoy se considera inexcusable y menos todavía de convertirlo en motivo de enfrentamiento, por no querer reconocer la justicia de sus pretensiones. Toda conquista en el campo de la igualdad entre hombres y mujeres no sólo beneficia a un sector, sino que es provechoso para los dos, indispensable para ese deseable progreso de la humanidad entera. ¿Tan difícil resulta comprenderlo?