Hace muchos años, un camino de tierra salía de Sant Lluís para llegar a Binibèquer, una de las playas más bonitas de la Isla. Ya entonces podían los poco numerosos bañistas que la frecuentaban tomar un refresco en Los Bucaneros. Mucho ha cambiado desde entonces: la carretera está asfaltada a lo largo de la costa; monte arriba, casas hasta donde la vista alcanza. Solo dos elementos nos unen al pasado lejano: Los Bucaneros vuelven a abrir sus puertas, mientras la playa no ha crecido ni un palmo. La reapertura aumentará la presión sobre una playa ya muy concurrida. ¿Qué hacer para mantener el atractivo de un lugar tan agradable?
Esa pregunta flota en el aire siempre que se habla del futuro de Menorca, y las respuestas oscilan entre dos extremos: unos piensan que es urgente intervenir, otros prefieren dejar que las cosas sigan su curso. Las ideologías se enfrentan a los intereses, y el resultado es la inacción. Una sencilla analogía puede ayudar a poner orden en ese espinoso asunto: es la distinción entre capital y renta, entre la riqueza y los ingresos que ésta produce.
Un piso puesto en alquiler, un bono del Estado o una finca arrendada a un cultivador son activos de capital. El alquiler del piso, el interés del bono o la renta de la finca son los ingresos de esos activos, su renta. Si el activo es sólido y su propietario es prudente podrá disfrutar de esa renta por tiempo indefinido. Si su gasto es superior a la renta habrá de hipotecar el piso o la finca o vender el bono: acabará comiéndose la riqueza, perdiendo el capital. Hoy sabemos que, en muchos aspectos, desde los bosques a la tierra cultivable, desde los recursos minerales al agua o a la calidad del aire, estamos consumiendo más de lo que la naturaleza produce, su renta, comiéndonos el capital. Nuestra conducta no es sostenible.
2 Volvamos ahora a Menorca, fuente principal de la renta de los menorquines, su capital. La calidad de su entorno -la pureza del aire, la belleza de sus playas, el color del mar, la discreta diversidad de su flora, el silencio solo turbado por el rumor del viento- son el componente principal del valor de ese capital, y por consiguiente de sus ingresos. Ese activo es patrimonio común de todos los menorquines, cuya primera obligación como ciudadanos es preservarlo para que dure por generaciones. Esa obligación atañe a todos, aunque de distintas formas: obliga a unos a no degradar el entorno con construcciones disparatadas, a no traer a la Isla un número excesivo de turistas o de vehículos; a otros, a no poner en peligro la vida de otros con sus actividades náuticas o sus proezas en la carretera; a todos, a no tirar papeles al suelo y a no dejar colillas en la playa. Esas obligaciones ponen límites a la propiedad privada y al ejercicio de las libertades individuales, y ello ha de ser así, porque los intereses y derechos individuales han de estar subordinados a la preservación del patrimonio, al bien común. Preservar y mejorar ese patrimonio debería ser el propósito principal de nuestros políticos, y con ello volvería la política a ser una actividad digna de nuestros mejores ciudadanos.
Todo eso está muy bien, dirá quizá el lector. Pero ¿cómo ponerlo en práctica? ¿Quién corre con los costes? Tiene razón; son asuntos tan necesarios como espinosos, que quizá me atreva a abordar en otro artículo. Pero antes de hablar de los medios conviene saber cuál es el propósito.