La posición díscola del presidente Trump con relación a Europa no es una sorpresa para el Viejo Continente, que ya sabe que la derecha norteamericana es altamente introspectiva, hasta un punto incluso pintoresco: hay porcentajes increíbles de americanos que no saben donde está España en el mapamundi. Y es conocido que las dos veces que los Estados Unidos han tenido que cruzar el Atlántico para socorrer a los europeos lo han hecho en situaciones límite, lo que no quita que haya que agradecer profundamente aquellas operaciones onerosas y redentoras.
Con todo, la reacción de Bruselas ante la actitud de Trump, que parece remiso a seguir sosteniendo a Ucrania, es un tanto pueril: se trataría de que entre los 27 sustituyéramos la aportación militar norteamericana. La Comisión, de un lado, y la OTAN, de otro, andan en ello, y ante la amenaza del ogro norteamericano, hasta España se ha apresurado a cooperar y ya estamos al borde de alcanzar el 2 % del PIB en gasto militar. La izquierda europea quiere dar ejemplo de valor y solidaridad.
Con todo, es ingenuo pensar que si Washington se retira de Europa, Bruselas podrá contener ella sola a Rusia, una potencia militar gobernada por un sátrapa oportunista y sin principios que posee el mayor arsenal nuclear del mundo. Porque no bastaría con ir un poco más allá en la defensa de Europa. Alemania, por ejemplo, ha caído en la cuenta de que, una vez tomada la decisión de rearmarse, no tiene soldados suficientes. Pero dando por hecho que los alemanes no aceptarían el retorno del servicio militar obligatorio, Berlín ha optado por nutrir a la Bundeswher con voluntarios.
El ministro de Defensa, Boris Pistorius, un político del SPD que permanecerá seguramente en su puesto en el nuevo gobierno, ha efectuado el anuncio delicadamente, para no irritar a una ciudadanía que ni quiere la guerra ni mucho menos oír hablar de una vuelta al pasado militarista.
La defensa europea no depende solo del dinero que se logre acopiar. La sociedad europea no está en absoluto predispuesta a tomar la iniciativa. Por lo que ni Trump ni sus aliados europeos pueden seguir jugando al peligroso juego de pelearse ante la amenaza totalitaria de quien, a estas alturas, ha provocado ya una guerra salvaje en el corazón de Europa.