Desde el Monte Igueldo

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El vuelo sin escalas desde Menorca lo favorece y nos lleva directos a Sondica, aeropuerto de «La Paloma», así conocido por el eminente diseño etéreo de Santiago Calatrava; y, a partir de allí, nos invita a conocer algunas páginas de la geohistoria del País Vasco: Bilbao, Vitoria y San Sebastián; y degustar su gastronomía, con o sin cebolla… Antes de llegar a San Sebastián, procedentes de Bilbao, nos detuvimos en Loyola, lugar natal del fundador de la Compañía de Jesús, que hoy guarda luto por el Papa Francisco, jesuita; y en Getaria de Elcano se recuerda el primus circumdedisti me, ya saben... San Ignacio, según sus biógrafos, escribió 6.800 cartas a lo largo de su vida, convirtiéndose probablemente en el más prolífico de los epistológrafos de los tiempos vencidos. Al mediodía llegamos con ‘sirimiri’, esa lluvia fina y persistente, a Donostia. Cercados por un gentío alborozado y bullicioso, paramos en su centro neurálgico: la plaza de la Constitución. La entusiasta fiesta, que invitaba a un convulso pernear, parecía una tamborrada de primavera con actores ataviados con uniformes napoleónicos, por un lado, mientras que los replicantes, que portaban magníficos cuchillos de carnicero, vestían de cocineros, acompañados de alegres aguadoras… Ambos contendientes desfilaron cantando al son de sus inseparables bandas de música, que reñían por destacar. En un santiamén, como si de un viaje al pasado se tratara, nos deslumbró por su vistosidad un presunto chozno de Zumalacárregui, de mostachos embravecidos, que vestía una magna capa roja y se cubría con una inmensa boina del mismo color y, en la pechera, un buen surtido de indisimuladas condecoraciones. Le consultamos sobre el motivo de la celebración. –Qué sé yo, contestó, mientras se atusaba el bigote… –Solo busco a los de mi cofradía, añadió perdido... Antes de que pudiera pedirle permiso para inmortalizar la escena, se había desvanecido entre la multitud. Lástima… Con todo, desde el monte Igueldo, «lugar de ranas» según tradujo el guía, nos maravilló, una vez más, la espectacular panorámica de La Concha ante un mar inmenso que se perdía Dios sabe dónde…