Resulta que mis artículos que hablan de cariño, de abrazar, de tener amistades... es decir de las cosas positivas, tienen muchas lectoras agradecidas... me llaman o me paran en la calle para decirme lo bien que les ha sentado el leer cosas «bonitas», situaciones en las que se han encontrado en más de una ocasión y que quizás ellas no han reaccionado como yo sugiero, pero lo mejor es que comentan que mis escritos les hacen pensar en cómo ellas actúan en semejantes situaciones.
Y sus palabras me animan a creer que no está todo perdido, que hay corazones y mentes dispuestas a repensar sus maneras, y esto es buenísimo.
Pues pensando en ello, el lunes del apagón, que me cogió en Barcelona vi unos comportamientos geniales.

Tenia que comprar un regalo para una amiga y me decidí por un bolso de Cristina Castañer de su línea «My Bestys», así que fui a comprarlo y al llegar y aparcar mi moto noté un ambiente curioso en la calle... gente hablando en corrillos, tiendas sin luz y con sus vendedores en la calle, todo el mundo mirando los móviles con fruición y de repente uno dice «el apagón es de todo el país»... y a partir de ese momento mil especulaciones: un ciberataque de Putin, un ataque de..., la mala gestión de las eléctricas... y finalmente y como es habitual... «la culpa es del gobierno que no sabe gestionar».
Pero al mismo tiempo y a medida que pasaban las horas sin cobertura de ningún tipo, ni electricidad, las personas con las que me cruzaba estaban como «cantarinas»... alegres diría yo.
Me pareció una experiencia interesante para constatar la fragilidad del mundo en que vivimos, pero al mismo tiempo reconozco que me gustó la sensación de no tener conexión, de no recibir inputs externos... solo nosotras con quienes físicamente podíamos estar... sin que sonara ningún móvil que suele interrumpir tu momento.
Compré el bolso pero lo dejé ¡a deber! Ja ja, claro no llevaba suficiente cash y ni tarjetas ni Bizum funcionaban.
¡A deber un bolso! Así que ¡recuperamos la confianza en el prójimo!
Había quedado a comer con mi hija mayor y mi sobrina... claro no pudimos hacerlo donde habíamos reservado... no funcionaba la luz, ni el horno... pero encontramos una terraza donde servían, después de esperar una hora que se hizo cortísima, ensaladillas frías.
Nadie protestaba ante la tardanza del servicio, se había instalado en el ambiente un sosiego increíble, no había prisa... entre mesa y mesa nos hablábamos como si nos conociéramos...
Ese día tenía invitados a cenar en casa, pero no me agobie para nada, pensé que cenaríamos «frío»... acompañado de un buen vino y sobre todo sin interrupciones.
Pero a las 20’30h (8 horas después del apagón) vino la luz a mi casa. Me asomé a la ventana y en las de enfrente no tenían luz y estaban en las ventanas o terrazas y no se me ocurrió otra cosa que chillar y decirles que en casa podían venir a tomar algo. ¡Ja ja! más de uno me respondió... y de repente cuando estábamos entablando sendas conversaciones de ventana a ventana, la luz llegó a casa de los vecinos… ¡Nos pusimos a aplaudir!
¡Fue genial!
Vaya que viví un día lleno de cosas buenas. Claro que si, quien me está leyendo, perdió el tren, o tuvo que anular algo importante... estará maldiciendo la lectura de este artículo.
Le pido disculpas, pero he querido dejar constancia de una vivencia que nos llevó a una época de verdadera comunicación entre personas.
¿Debería haber un apagón cada X tiempo?