Tribuna
Calígula en Wall Street
Cuentan los historiadores Suetonio y Dion Casio que, en el año 40 de nuestra era, el emperador Calígula tomó una decisión estrafalaria, demostrativa de su inestabilidad mental: nombró cónsul a su caballo ‘Incitatus’. No se sabe si esto fue realmente efectivo, pues de lo que trataba de demostrar el césar era que las instituciones no funcionaban y que cualquiera, incluido su caballo, podía ser alguien en ellas. Casi dos mil años después, Donald Trump, que profesa como emperador in pectore, ha realizado una serie de nombramientos importantes en su ámbito más próximo, caracterizados por dos puntos definitorios: la incompetencia e inutilidad de los elegidos y el claro mensaje a las instituciones estadounidenses de que cualquiera, incluidos multimillonarios sin experiencia alguna en la cosa pública, pueden regir los destinos de la nación, del imperio. Como si fuera gestionar un negocio particular: sin contrapesos, sin mecanismos de control, sin organismos fiscalizadores. Un «ordeno y mando» que encierra un peligroso desenlace: el cuestionamiento de la democracia. Pero, eso sí, con la garantía de un Estado al que detestan, pero del que todos ellos se quieren aprovechar. Son los caballos de Trump, que nos hacen galopar hacia el desastre –con el gran prócer a la cabeza–, a la vez que lanzan relinchos eufóricos mientras siegan la hierba a su paso. Igual que ‘Otzar’, otro caballo, sobre el que mandaba Atila. Y ya sabemos el resultado que profirió el rey de los hunos.
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