Charlas escritas

Regreso al pasado

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Volvió a pasear por la Cuchillería, calle de buenos recuerdos por su regadío de buenos caldos y otros manjares. En ella se conserva «La casa del Cordón», mansión cuya fachada permanece rodeada por un grueso cordón franciscano, tallado a ella, en claro alegato terciario, que en el siglo XV mandó erigir Juan Sánchez de Bilbao, quizá para limpiar el pasado de su linaje. Se decía que dicho Juan, mercader próspero de Vitoria, de ascendencia hebrea, que comerciaba con textiles y ejercía de prestamista, ideó un acceso tan bajo a su casa, con una puerta de tamaño menor presidida por el lema ‘Ave Maria’, para obligar a cristianos y nobles a que entrasen haciendo una reverencia, agachando el cogote y quitándose el sombrero; también para proteger su testa... La anécdota, por su sutileza, merecería ser cierta, pero nada más lejos de la realidad. El nivel de la calle actual, que aviva esas sensaciones, no es el mismo que el de la Edad Media, cuyos restos quedarían por debajo de las aceras actuales, por lo que la entrada primigenia era mucho más alta, explican los historiadores, como menor era la estatura de las personas...

El viajero pudo asimismo distinguir junto a ‘la Virgen Blanca’ al Celedón esculpido, que es homenaje al célebre procurador de sus fiestas patronales. Después de volver a contemplar el pórtico de ‘La Catedral Nueva’, a ‘sugerencia’ del guía y su retintín –luego supimos por qué–, paramos ante ‘La Mirada’, monolito de Agustín Ibarrola, quien poco debió de suponer que su obra sería popularmente conocida como «El Coño». Y dispensen ustedes por esa sonoridad, que la mantiene lejos de considerarse una palabra refinada, aunque sea de uso frecuente por los vitorianos, por ser el punto habitual de encuentro previo al tardeo…   

Al fin, con solo distinguir la calle Dato, las presencias del pasado resurgieron. Con el fusil colgado al hombro y uniformes de riguroso silencio les ordenaron salir en formación por esa arteria principal de Vitoria. Ocurrió en una tarde de la Semana Santa de 1976. Se pretendió una marcha acompasada de inferida intención disuasoria, que pudo haber tenido un efecto grave y contrario a lo que se había ordenado. Aquel desfilar, aunque duró poco, se hizo eterno. Por suerte, el civismo demostrado por la concurrencia propició que nada sucediera, aunque pudo haber ocurrido de haber saltado un amago de chispa, que San Prudencio impidió, aunque no pudo evitar un cúmulo de lágrimas incontenidas... La capital alavesa se había convertido en ciudad cercada por pesadillas, después del aciago 3 de marzo de 1976. No había vuelto a Gasteiz y, transcurrido medio siglo desde entonces, volvió a pasear por allí, en paz, con sus recuerdos...