El gran fracaso de esta etapa, desde finales del siglo XX hasta este primer cuarto del XXI, es la UE. No se han dado respuestas a los problemas sociales y políticos; solo se ha pretendido imponer austeridad y precariedad a muchos países para salvar al sistema financiero, sin mostrar la solidaridad necesaria para ejecutar acuerdos que eviten conflictos, guerras y desigualdades. Es un fracaso —y una ridiculez— observar cómo cada uno de los países que componen la UE aplica sus propias políticas, sin importarles el europeísmo. Prefieren defender sus intereses, que muchas veces responden a los viejos privilegios de las oligarquías que se hicieron con la riqueza y el poder en los países del entorno soviético.
Ahora, ante las amenazas de Trump, nos están metiendo un miedo descarado y vergonzoso con la idea de un enemigo común. Todo son mentiras, un bulo bien adornado para que soltemos miles de millones de euros en la adquisición de armas. En toda la UE —que se ha comprometido a invertir más de 800.000 millones de euros adicionales en gastos de guerra—, unos 93 millones de personas (el 21 por ciento de la población) vivían en la pobreza durante 2024. Una situación que incrementará la desafección y el desprecio hacia las instituciones democráticas, dando entrada a una ultraderecha que encuentra el campo abonado para implantarse y recoger el desencanto de la ciudadanía. Las oligarquías financieras, que dominan la vida política oficial en todos los países, tendrán más facilidad para imponer el peso del militarismo y la guerra sobre las espaldas de la clase obrera.
Leyendo a Sami Naïr sobre Europa encadenada, comprendemos cómo Europa empezó a prostituir su proyecto en el momento en que la socialdemocracia y los conservadores asumieron el neoliberalismo de Reagan y Thatcher, con la colaboración de los socialistas franceses, como Jacques Delors, Chavranski y Camdessus, intelectuales orgánicos alineados con la política del SPD y de Schröder.
Conociendo ese periodo, se entiende la dificultad de lograr una integración común que proporcione un soporte democrático: es, sencillamente, imposible. La gran Europa social que muchos deseábamos se basaba en un fuerte sector público europeo, pero ha sido sustituida por agresivas privatizaciones de bienes y servicios públicos. En España comenzó con González y Aznar lo culminó. Para mayor satisfacción de los partidos dominantes, se asumió la lógica de las puertas giratorias, por las que ha pasado el 40 por ciento de los exministros, sin tener relación profesional previa con las empresas que los acogen.
En los últimos meses, todos estamos pendientes de lo que ocurre en EE.UU. con Trump. Lo comprenderemos mejor si repasamos las aportaciones de Noam Chomsky, desde sus primeros libros sobre la Guerra Fría hasta su larga conversación con David Barsamian recogida en «Resistencia» (Ed. Pasado & Presente). La oligarquía que representa Trump coincide con otras autoritarias, como la de Putin. Mientras tanto, la hegemonía en el proceso de la revolución tecnológica la está imponiendo China y su entorno asiático.
El sistema capitalista, en su fase neoliberal, se está pudriendo. La fuerza de EE. UU. para mantener su hegemonía política se basa en sus 750 bases militares repartidas por 80 países, con más de 240.000 soldados listos para intervenir. ¿Cuántos cientos de miles de millones de dólares se han gastado para mantener esta presencia?
La alternativa de Europa y de todos los demócratas no debe ser entrar en conflictos con EE. UU. ni con otras grandes potencias económicas, sino potenciar el europeísmo a través de instituciones que surjan de la democracia. Debemos construir un Parlamento que legisle, un poder ejecutivo que rinda cuentas y ejecute las leyes, los presupuestos y la representación internacional. La crisis que ha provocado Trump puede ser una oportunidad para afianzar el europeísmo como gran fuerza política y económica, actuando con una sola voz y no con veintisiete discursos, algunos de ellos contrarios al proyecto común. Europa debe ser más que un gran mercado único: debe ser una institución plural, diversa, basada en el desarrollo de la democracia participativa.
No podemos seguir siendo un aparato burocrático al servicio de políticas neoliberales, una vía que solo nos llevará a una fuerte conflictividad social por la creciente desafección ciudadana en todo el continente. Si no garantizamos la pluralidad, la diversidad y la descentralización con respuestas sociales, el sistema será cada vez más inestable e insostenible. Hay que actuar con urgencia. No podemos quedarnos contemplando los efectos del cambio climático, el crecimiento y el consumo desenfrenado, la crisis de recursos como los minerales o el agua, y una población mundial que alcanzará los 10.000 millones de personas a finales de siglo.
Hoy, cientos de politólogos y otros expertos apuestan por un gran rearme, con cientos de miles de millones de euros en armamento. Pero tengo claro que el gasto militar saldrá de una reorientación de los presupuestos del Estado del bienestar. Todos los países europeos deberán reducir el gasto social para incrementar el militar. Ahora no habrá problema en aumentar la deuda; todos callarán. ¿Por qué callarán? Porque priorizan la compra de aviones, cañones, drones y todo tipo de armas antes que invertir en sanidad, educación, vivienda pública, pensiones y servicios sociales.
Y aquí, en nuestra isla de Menorca, seguiremos saliendo a la calle para reivindicar vivienda pública, calidad del agua potable, mejoras laborales y condiciones de vida más dignas. La responsabilidad será de los actuales políticos y de sus medios de comunicación. La falta de respuestas y las vagas promesas incrementarán la desafección a todos los partidos e instituciones. Pero siempre quedaremos algunos utópicos que seguiremos soñando. Por mi parte, creo que ya estaré en el sueño eterno, tras haber pensado que la diversidad y el mestizaje de Europa será la clave para la construcción de la casa común. ¿Cómo se entenderán en la Casa Común con más de 60 lenguas diferentes? Pues, con traductores y los resultados de la IA.