tribuna

El club de Alvise

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El bueno de Alvise regresa al juzgado como quien regresa a casa por Navidad.    Pero él se pasea con esa sonrisa de salvador de medio pelo ya que en su pequeño y lamentable mundo, cada noticia del juzgado es una especie de medalla al valor.    Cada querella, en su escasa sustancia gris, una evidencia de que el sistema le teme.    Para echarse a reír hasta orinar.    Alvise no defiende ideas porque su raquítico cerebro no tiene la capacidad para fabricarlas.    En realidad, su existencia se define por la defensa de su propio personaje: ese alimentador de bulos con cara de tuareg sin camellos al que veneran una legión de palmeros que vitorean sus payasadas hasta hacer humo.    La verdad es lo de menos mientras su provocación suene bien.   

Cada vez que la justicia le reclama para rendir cuentas, su inmensa capacidad de ridiculizarse a sí mismo lo traduce como una persecución.Alvise y su entorno patriotero barato apesta a rancio y diarrea mental. La transparencia que exige a los demás, naturalmente no se la aplica, faltaría más, él está por encima de banalidades porque todo lo hace por España. Cuando lo pillan, sonríe, porque en realidad es su meta.   

Cuando lo acusan se victimiza. Nunca ha tenido la intención de cambiar el sistema sino, como buen facha licenciado, ser el sistema. Los medios de comunicación le dan espacio como si fuera un actor principal cuando simplemente es otro aspirante a bufón de la corte con mentiras como tarjeta de presentación. Siendo ecuánimes él no es el auténtico problema, sino esa sociedad que confunde provocación con valentía y cinismo con inteligencia, rasgos de los que carece Alvise Pérez, con nombre y apellidos de extrema izquierda de los años 70, por completo.

El juzgado le llama, él transforma la llamada en trending topic y el resto se lleva las manos a la cabeza. La única verdad continúa esperando su turno al final de la cola. Mientras Alvise sigue ensayando su próximo monólogo para el club de la comedia.