Ultrasuave

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Mi vida cambió por completo cuando descubrí el cepillo de dientes eléctrico con filamentos limpiadores ultrasuaves. ¡Qué alivio y qué placer! Además, por fin se acabaron ya las encías sangrantes, las aftas y otras molestias, que no voy a enumerar o a detallar ahora aquí por si están ustedes leyendo este artículo justo en el momento del desayuno o del almuerzo. Fue también en aquella maravillosa época cuando descubrí igualmente el limpiador de lengua y de mejillas, lo que me permitió dejar atrás para siempre los antisépticos bucales, que eran como tener varias cargas de TNT dentro de la boca justo después de haber estallado. Recuerdo que incluso pude empezar a espaciar un poco mis frecuentes visitas a las clínicas dentales, que en Palma, por cierto, no son pocas. Sin salir de mi barriada, hay ya cuatro o cinco que me garantizan una sonrisa sana y perfecta con apenas un par de sesiones. Más allá de la odontología, yo creo que en cierta forma siempre había sido ya un apasionado defensor de la suavidad, incluso antes de incorporarla a mi higiene bucal diaria. De hecho, pienso que todo lo que me gusta, debería de ser siempre suave. La lluvia, la ironía, el chocolate con almendras, la melancolía, la soledad, un abrazo o el roce de una piel. En cada ámbito de la vida, la suavidad parece tener, además, su propio equivalente. En la política, sería el consenso. En el trabajo, la cooperación. Y en el amor, la delicadeza, aunque a veces, no sé muy bien por qué, acabemos optando por las emociones fuertes, una cierta suciedad y las cargas explosivas de TNT.