Javier Bartol Espinosa
Javier Bartol Espinosa

Teniente coronel

Historias desde el museo

Verosímil

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Clío -del griego «La que da fama»-, además de un modelo de automóvil, es la musa de la historia, una de las nueve musas hijas de Zeus y Mnemósine diosa de la memoria –tan necesaria a su hija–. Se representa siempre como una joven de extraordinaria belleza que porta los elementos que la caracterizan, pergamino y pluma para anotar y una trompeta con la que proclamar las hazañas épicas pues, más que la historia anota los hechos heroicos de la misma; y lo más importante, mira hacia atrás por encima del hombro, mira al pasado -hay una magnífica escultura que la representa en el Museo del Ejército en Toledo, justo al terminar la escalera mecánica-. A Clío la suponemos siempre veraz, sus seguidores en cambio ¿Son siempre veraces, o solo verosímiles?

Contrariamente a una norma no escrita, haré referencia con nombre y apellido a una persona viva -afortunadamente-. Aquellos que hayan hecho la visita guiada a los impresionantes restos del Castillo de San Felipe sabrán de quién les hablo, aquellos otros que la tengan pendiente –están tardando– lo identificarán rápidamente. Los restos en superficie y subterráneos que perduran de lo que fue la mayor fortaleza en su tiempo, cuentan un pasado impresionante digno de conocer y que no dejará indiferente a nadie. Dicha visita guiada se viste de encanto merced a la labor del guía que la lleva a cabo, Fernando Serrano cuenta la historia con tal pasión que el visitante se siente trasportado al pasado, los sonidos y hasta los olores presentes en su relato llegan a percibirse con los sentidos, es Fernando sin duda en el mayor activo y el mejor artífice de la visita. Su imaginación decora y rellena los huecos de la narración que, carente de detalles humanos llegaría fría, sin pasión. Es posible que su relato no siempre sea veraz, pero si verosímil.
In dubio pro reo principio jurídico por el cual, ante la duda hay que juzgar a favor del reo. ¿Debe el acusado demostrar su inocencia?, no, es el acusador quien debe demostrar su culpabilidad. Los hechos del pasado no son como ocurrieron, son como los recordamos. Leyendo las declaraciones de distintos testigos sobre los mismos hechos, se puede comprobar que hay serias discrepancias entre las mismas; ¿Mienten?, no, todos cuentan la verdad, eso sí, «su verdad». Cuentan lo que recuerdan, aquello que quedó grabado en su memoria. Es labor –y habilidad- del juez hilvanar los distintos relatos para poder tejer el paño de la historia.

Todo castillo tiene su fantasma, en San Felipe tenemos el de Kane, cuyo espíritu vaga entre sus ruinas reclamando unos huesos desaparecidos, aunque solo sea para dar utilidad al impresionante mausoleo con su nombre que permanece vacío en Londres. Igualmente, toda nación tiene sus héroes, protagonistas de historias a menudo inverosímiles. Sobre Nelson se cuentan muchas historias, no solo los británicos –lo cual les honra–, también los españoles, la mayoría de los cuales seguramente no sepan quienes fueron Churruca, Gravina o Alcalá Galiano –así nos va–. Nelson era un marino con muchas virtudes, entre las cuales no se encontraba la belleza, presentaba envejecimiento prematuro, le faltaba un brazo, la mayoría de los dientes y la visión de un ojo. Debieron de ser sin duda otras las cualidades que Amy Lyons –de casada Lady Hamilton– vio en él; ayudó supongo el que su marido con sesenta y siete años, se dedicase más a expoliar y comerciar con antigüedades de Pompeya, que a su mujer. Hermosa y bella mujer de truculento pasado, lo conquistó –a Hamilton– bailando desnuda para él y sus invitados. El gobernador la compartía de buen grado con Nelson al que él mismo profesaba amistad y admiración. Juntos los tres huyeron de Nápoles poco antes de caer en manos francesas, y juntos los tres regresaron a Inglaterra. A finales de 1798 y ante el avance de los franceses, los Hamilton –y su invitado permanente, Nelson– se establecen en Sicilia, desde allí Nelson –sin su amante– se dirigió a Menorca, recientemente tomada por los británicos, para entrevistarse con el Gobernador; fondea en la rada de Mahón y desembarca en Georgetown –Es Castell–, pasadas unas horas vuelve a su barco con idea de zarpar hacia Sicilia y volver a los brazos de su amada. Pero una fuerte tramontana se lo impidió durante la semana siguiente, tiempo durante el cual no volvió a desembarcar –cuentan que se mareaba en tierra–. No solo la casa, te enseñan hasta la ventana desde la que Lady Hamilton despedía a Nelson. Aún con tintes románticos, lo inverosímil nunca tendrá potencial veracidad.

En el correo electrónico del Museo Histórico Militar de Menorca, se reciben mensajes, felicitaciones que agradecemos y consultas que procuramos responder satisfactoriamente. Una de esas consultas decía: Se cuenta en la familia, y se transmite de generación en generación, que un antepasado nuestro fue carnicero en el Arraval Vell del Castillo de San Felipe a principios del XVII, –y proporcionaba el nombre del antepasado en cuestión–, ¿Podrían confirmarlo? gracias. Muy Sr. mío, le respondí, apenas podemos documentar el nombre de los alcaides, como para conocer el nombre del carnicero del pueblo, ¡imposible! Ahora bien, es tan imposible confirmar el nombre, como gratuito desmentir su existencia. En lo venidero, y así transmítalo a sus hijos, no cuente la historia especulando y con ello en definitiva poniendo en duda la veracidad de la misma, directamente afirme, pues aunque no fuese veraz es verosímil. No deje que la inexistencia de una evidencia le estropee una bonita historia. Le felicito por haber encontrado a su antepasado. Así lo haré, me respondió, me ha dado una inyección de moral, gracias. Fue mi buena acción del día.