La caligrafía dormida

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A la vuelta, se reencuentra con un silencio casi puro –sin ruido por escapes, ni sirenas, ni obras vecinales excesivas–, como la caligrafía dormida de sus padres, de la que a escondidas guarda cuatro letras en un surcado sobre, o ese silencio sonoro que sustentan: «Gabriel’s Oboe» o «Sin Perdón», temas musicales excelsos. Pasar página en silencio —meditando o invocando en soledad—, fue durante siglos el cimiento de diversas prácticas espirituales y religiosas:    una manera de convertir el tiempo en sosiego de conciencia o liturgia de preces.

Sin embargo, el mundo ruidoso que hoy habitamos considera el silencio una suerte de vacío que a toda costa hay que remplazar… Aunque el silencio no se busque, de hallarse se puede percibir que no es ausencia sino presencia de mucho. En su intríngulis puede que hayamos olvidado su valor, y se olvida que, quien silencioso sonríe dispuesto a escuchar, siempre tiene compañía. A diario, en los aledaños de la hora prima, el silencio reparador lo acompaña cuando va en busca del bálsamo portador de buenas y malas nuevas impresas, y le asombra cada mañana, con su textura de ecos suaves que en las demás horas pasarían inadvertidos. Después, al juntar letras, en ese mismo derredor de silencio, aletean en pugna tanto la palabra exacta como la imprecisa que a veces confunde. Leer en silencio y abrazarlo, cuando el café se diluye en residuo, es oírlo de nuevo para intentar ‘reordenarnos’ con claridad…