El movimiento obrero europeo y la Encíclica ‘Rerum Novarum’

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Me he alegrado muchísimo por la elección de León XIV, como muchísimas personas que sentían preocupación por un posible retroceso hacia posiciones ultraconservadoras con otro Papa. Sí, me alegro mucho más, cuando insiste que los Evangelios es la base del cristianismo y no colaborando    con los ultras del neoliberalismo político.

Nos cuenta que eligió el nombre de León como un referente de la línea pastoral de León XIII, conocido por su encíclica Rerum Novarum sobre la cuestión social y los derechos de los trabajadores.

Para comprender la historia de aquel período histórico, hay que conocer todas las movilizaciones obreras que se fueron organizando durante todo el siglo XIX. Podemos tener en cuenta el ludismo en el Reino Unido, donde los trabajadores destruían máquinas en reacciones violentas y espontáneas contra la industrialización. Pero fue el cartismo el que exigía salarios justos, mejores condiciones laborales y el sufragio universal masculino. No tuvo éxito, pero sentó las bases del sindicalismo obrero.

En la historia del movimiento obrero están las revoluciones de 1848, con levantamientos en Francia, Alemania, Austria, Italia y Hungría, con reivindicaciones de mejores condiciones laborales, derechos civiles y sufragio universal. En Francia se proclamó la Segunda República y se promovieron los Talleres Nacionales para dar empleo a los trabajadores.

La Revolución Industrial trajo un cambio radical en la producción, con el uso de máquinas y fábricas. Esta situación generó malas condiciones laborales: jornadas de 12 a 16 horas, trabajo infantil, bajos salarios y viviendas insalubres. Los obreros comenzaron a organizarse para defender sus derechos, lo que dio lugar a protestas, creación de sindicatos y movimientos políticos. Las aportaciones ideológicas de Karl Marx y Mijaíl Bakunin influyeron fuertemente en la clase obrera y en la fundación de la Primera Internacional en 1864, con la participación de socialistas, anarquistas y sindicalistas. Todas las demandas sobre la jornada laboral de 8 horas, salario digno, prohibición del trabajo infantil, derecho a organizarse y hacer huelga, educación gratuita y laica, se fueron extendiendo por todos los países europeos.

Toda esa gran movilización culmina con la Comuna de París de 1871, el primer gobierno obrero de la historia: los trabajadores tomaron el control de París tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana. Duró solo dos meses, pero fue un hito simbólico para el socialismo y el comunismo. La represión fue brutal: miles de comuneros fueron ejecutados.

El movimiento obrero siguió luchando por los derechos y por mejoras salariales, y para ello era necesario organizarse. Así, en 1888 se fundó la UGT en Barcelona, nacida como sindicato de clase obrera.

León XIII, en 1878, condenó la Comuna, muy afectado por la ejecución del arzobispo de París y de otros clérigos. Dos décadas después, intentó establecer la doctrina social de la Iglesia para contrarrestar la influencia del socialismo y el anarquismo, mediante la encíclica Rerum Novarum en 1891. Una respuesta tardía tras un siglo de grandes movilizaciones obreras.    Siempre defendiendo la propiedad privada, pero abriéndose al sindicalismo, esta encíclica proponía una «tercera vía» basada en la caridad y la cooperación entre patronos y obreros. Quedaba muy claro que el objetivo era frenar el crecimiento del peligro sindical y evitar que los trabajadores se sintieran atraídos por las ideas revolucionarias y antirreligiosas del socialismo y el anarquismo.

Muchas de las respuestas de los obreros católicos en Europa se dieron en 1925, cuando Joseph Cardijn creó en Bélgica el movimiento juvenil internacional con el nacimiento de la Juventud Obrera Cristiana (JOC), que rápidamente se extendió a muchos países de los cinco continentes. Celebremos el primer centenario y recuperemos la memoria de muchos menorquines que participaron en la JOC y la HOAC, como a los sacerdotes Josep Castell y Pere Comellas que fueron solidarios y comprometidos con la clase obrera menorquina.

El interés por la historia siempre ha estado presente en mi vida. Así, he podido leer los tres tomos de la «Historia del Movimiento Obrero» de Édouard Dolleans, recomendado por José María González Ruiz; «Historia Social del Movimiento Obrero» de Wolfgang Abendroth; «Historia del 1º de Mayo» de Maurici Dommanget; «Historia del Movimiento Obrero Español» de Tuñón de Lara; «Los católicos en la España franquista» de Guy Hermet; «Los partidos políticos en las democracias occidentales» de Klaus von Beyme; y «Sistema de partidos políticos en España» de Gunther, Sani y Shabad. Y, con más profundidad, «Trabajo, asalariado y capital» de Marx.

A raíz de la elección de León XIV y su preocupación por la situación de la clase obrera, he ido recuperando la memoria de los primeros meses de 1970, cuando nos reuníamos en la habitación del tercer piso de la pensión Central de Maó, donde se hospedaba el alférez de milicias Martí Caussa, quien nos explicaba la historia del movimiento obrero. Allí solíamos encontrarnos con Berto Moragues, Pere Sintes, Miquel Masreal, Tomeu Pons, Carme Moragues, Luis Fontbote, Ramon Orfila, Paco Casero y otros.

Ahora, en plena revolución tecnológica y de la inteligencia artificial, la línea    y denuncias de León XIV serán muy bien recibidas para frenar este neoliberalismo desenfrenado, pero mostrando activamente la solidaridad con los más débiles y vulnerables, los trabajadores, migrantes y todos los que sufren las consecuencias de este neoliberalismo violento que provoca las grandes desigualdades que se dan en todos los países.

No intento escribir un artículo de historia, solo recordar algo de las luchas obreras del pasado y del compromiso de muchos cristianos, no es nostalgia, es una necesidad para enfrentar los desafíos del presente con dignidad y justicia.