El trumpismo como nueva política

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Si les pareció repugnante que Trump declare, entre otras miles de barbaridades, que en Sudáfrica «hay un genocidio de blancos», váyase acostumbrando. El trumpismo es la nueva forma de hacer política y está aquí para quedarse. Las derechas y ultraderechas lo van adoptando con entusiasmo y amenaza con extenderse a otras ideologías.

Hay muchos antecedentes: Escrivá de Balaguer, el del Opus Dei, propugnaba «la santa intransigencia y la santa desfachatez»; el prototrumpismo estaba también en personajes como el italiano Berlusconi y el español Jesús Gil, pero donde ha cuajado –mediante las artes de Steve Bannon– y desde donde irradia es en el propio Trump.

Las tácticas trumpistas son manifiestas: Acusar al rival de lo mismo que acabas de hacer o estás a punto de hacer, culpar a inocentes, mentir, insultar, calumniar, ridiculizar, descalificar, tergiversar, manipular, crispar, amenazar, incitar al odio hasta rozar el guerracivilismo y pervertir las instituciones. Consiste en intentar enfangar y destruir al adversario mediante ataques a su persona y vida privada, convertir cualquier cuestión política en un ataque ad hominem y usar a jueces (el famoso law fare) y prensa afín o incluso a la Policía para ello y crear, en definitiva, una sensación de «todos son iguales», de caos, de desastre e incluso de miedo. Para el accionar trumpista la crueldad es un valor y el entendimiento y la concordia meras debilidades, hasta el punto de desdeñar el sufrimiento ajeno e intentar hacer de forma sistemática todo el daño posible.

LEJOS QUEDAN AQUELLOS TIEMPOS –como en la Transición española, todo hay que decirlo– en que la política consistía en seducir al electorado con más y mejores propuestas, en el pacto y en la crítica constructiva. Se trata en estos tiempos malditos de alcanzar el poder y sus prebendas como sea y cueste lo que cueste, preferentemente mediante la destrucción definitiva del adversario y de sus aliados sociales. Para el trumpismo el fin justifica los medios. Es un mal camino y nada bueno puede salir de ello. Nos jugamos demasiado. Si no devolvemos la cordura a la política, añoraremos entre lágrimas cuando lo que se buscaba era, o al menos fingía ser, el bien común.