La hora del erizo

¿Un buen año?

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Empieza la llamada temporada alta, más alta y más larga cada año, y los pronósticos son optimistas. Ese optimismo se basa en el número esperado de turistas, que se estima superior al del año pasado. Sabiendo que el tamaño de la Isla no ha variado, uno se pregunta si vamos bien así, si este será de verdad un buen año.

Parece impertinente dudarlo: el PIB de Balears creció un 5,7 por ciento en 2023, máximo nacional; la renta per cápita está en casi 35.000 euros, sin llegar al máximo nacional (Euskadi con más de 39.000 euros) pero lejos del mínimo (Extremadura con 23.000 euros). Aún mejor: la medida convencional de la desigualdad sitúa a Menorca en la zona más baja. ¿Se puede pedir más?

La respuesta es que se puede, y se debe, porque el crecimiento del número de turistas no puede seguir siendo la vara de medir de la calidad de la economía. El turismo tal como está planteado en la Isla no es una actividad muy productiva. Eso no quiere decir que la gente no trabaje, sino que lo que su trabajo produce no deja grandes beneficios, ni permite salarios muy altos. La calidad de la oferta turística puede mejorar, no solo en la hostelería (calidad de la restauración y de los alojamientos), sino en el atractivo de Menorca, en su patrimonio como destino turístico. Se puede pedir más.

Se debe pedir más, por dos razones. Una, la más conocida, porque el exceso de turistas pone en riesgo el entorno natural de la isla, que es, o debiera ser, su principal atractivo. Otra, no menos importante, porque el turismo beneficia a algunos -a muchos, si se quiere-, pero inflige unos costes desproporcionados sobre el conjunto de la población residente: congestión en carreteras y playas, dificultades de aparcamiento, saturación y pérdida de calidad de los servicios. Es necesaria una limitación del número de turistas en la temporada alta.

El turista paga lo que consume, pero no el coste de lo que su presencia comporta para el residente. Esa es la justificación económica de la tasa turística, que es un instrumento para    limitar la entrada de visitantes. No es el único instrumento.

Pero ¿no podemos dejar que actúe eso que llaman el libre mercado? Desde luego. El número de turistas irá en aumento, aumentará la presión para derribar las barreras urbanísticas que aún preservan la Isla, y la calidad de la oferta turística irá bajando. Los límites naturales -terreno, playas, recursos hídricos- se harán sentir.    La calidad de la hostelería -restauración y alojamiento- irá bajando, por la dificultad de encontrar personal cualificado. Durante un tiempo la publicidad de agencias de viajes y empresas promotoras del turismo y las grandes plataformas seguirán seduciendo al incauto con la estampa de la Isla Blanca y Azul de otros tiempos. Pero la información circula a gran velocidad por las redes, y la ingenuidad del viajero tiene un límite. Mientras tanto están surgiendo alternativas a lo largo y ancho del Mediterráneo, más baratas y menos deterioradas que la Menorca del futuro, y allí irán nuestros turistas, dejándonos sin el anhelado turismo de calidad.    Solo vendrán a Menorca los que no puedan ir a otro sitio. No habrá marcha atrás. Preguntémonos ahora: la Menorca que quede ¿será mejor o peor que la que hoy tenemos?

El lector tiene la respuesta. Quizá haya visto un documental sobre la central de Chernobil, que estalló hace cincuenta años. En él se ve como el bosque ha vuelto a crecer entre los esqueletos de unos edificios en los que vivieron cincuenta mil personas. Los animales han vuelto: pájaros, zorros, lobos y caballos han podido regresar al lugar. Pero los edificios están vacíos. Los humanos no han podido volver a acercarse. ¿Es eso lo que queremos?

Se trata, naturalmente, de una exageración, pero es un ejemplo a tener en cuenta. Al forastero le extraña que en un lugar que se enfrenta a una situación conocida de todos y que a todos afecta la respuesta sea la inacción. Año tras año se habla de estudios para limitar la entrada de vehículos, por ejemplo. Estarán listos el verano que viene. ¿No parece mentira? Ya sabemos que las soluciones no son sencillas. Todo gran cambio crea ganadores y perdedores, y para que el cambio tenga éxito hay que ser tan cuidadoso con el diseño de las medidas como firme en su aplicación. Pero la inacción no crea más que perdedores. Que la temporada nos traiga también algo de sabiduría.