El Gobierno de Sánchez es un prodigio de descontrol. Ya lo dijo el año pasado, mientras Mahón sollozaba: «Voy a hacer lo que me dé la gana». Y lo hizo. Lo único que ha cumplido. Y ahora gobierna por decreto, por tuit o por rabieta.
¿Apoyo legislativo? ¿Para qué? ¿Y la oposición? Pues medio país ignorado, porque aquí su opinión cuenta tanto como una gota en el océano. Muda, pasiva y decorativa. Como los floreros, pero sin el agua.
¿Corrupción? ¿Koldo? ¿Santos Cerdán? ¿Begoña? ¿Air Europa? ¿El hermanísimo? ¿El oro de Zapatero? Pregunten, pregunten, la respuesta es siempre la misma: «cero Zapatero».
Y su joyita, la Montero, que cuando le preguntan si alguien de su equipo había hablado con Víctor de Aldama, saca el comodín de género, ideología y geografía: «Deje usted de usar ese tono de superioridad moral… será porque soy mujer, socialista o andaluza. O las tres cosas». Le faltó decir «y guapa, además». Aplausos y fin de la función.
Mientras tanto, la apisonadora Sánchez & Armengol les pasa por encima. Y la oposición, en vez de levantarse con algo de dignidad, sigue haciendo como que debate. ¿Para qué? ¿Para que les escupan otra ocurrencia sin sentido? Sería más digno apagar el micro e irse al bar del Congreso y tuitear con Puente. Que de eso sabe y mucho.
Este circo de politiquillos de tercera me inspira preguntas. No espero respuestas, claro. Ya me las conozco. Y ahí van algunas. El espacio es limitado. El tiempo indefinido.
¿Por qué si Hitler y Mussolini eran socialistas, ahora los colocan como iconos de la extrema derecha? ¿Por qué nunca se habla de los cien millones de muertos por el comunismo? ¿No hacen buen trending topic?
¿Por qué este Gobierno critica la sanidad privada mientras algunos médicos militantes tienen consulta privada y se forran en ella? ¿Por qué critican la educación privada, si ellos fueron a centros religiosos, al igual que hacen con sus hijos? No sea que se vayan a mezclar, claro.
Marx, aquel aficionado a los prostíbulos londinenses, decía que la religión era el opio del pueblo, pero aquí no solo no se prohíbe, sino que se fomenta. ¿Será que ahora nos necesitan más adormecidos que nunca?
¿Por qué se habla de especies y no de razas invasoras? Y la IA... ¿es una ayuda para el ciudadano o es el ciudadano quien le facilita información y datos gratis?
¿Por qué no puedo llamar a mi lengua como me dé la gana? ¿Y a mi ciudad? ¿Qué será lo siguiente, decidir cómo tengo que pensar?
Y la respuesta ya la tengo. Mi voto ha cambiado. Y no, no será por correo. A estas alturas es como confiar las llaves del banco a un ladrón. O a un político. Qué más da.
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