Jaime Vázquez
Jaime Vázquez

Periodista

Tribuna

Residencias para mayores

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Indignado! Esa es la palabra. Tengo a mi vecino indignado. Tiene más de ochenta años. Ha trabajado toda su vida y cotizado mensualmente durante cuatro décadas, pero no tiene donde caerse muerto -disculpa la alegoría- porque las residencias para mayores están colapsadas. Las públicas con listas de espera interminables y las privadas también llenas y con precios desorbitados. Mi vecino no tiene plaza en una residencia para mayores porque no hay plazas en las residencias para mayores, porque los gobiernos, con sus políticos a la cabeza, no tienen en cuenta a los mayores. Ni les importan, ni les interesan. «¡Qué mal! -dijo mi vecino-, he consultado a varias empresas que contratan personas que ayudan a los mayores y las más baratas me cobran el doble de lo que recibo de pensión. ¿Qué puedo hacer?» -Concluyó con lágrimas en los ojos-.

Al final de la calle en la que vivía de pequeño, había un edificio que llamábamos el asilo. Un día lo cerraron porque no reunía las condiciones de adaptación que establecían las nuevas normativas. Hoy, cuarenta años después, el edificio sigue cerrado, abandonado y convertido en trastero municipal. Y ya no se llama asilo, porque asilo suena mal y es una palabra que puede ser ofensiva.

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En Palma, por ejemplo, mientras el proceso de envejecimiento que vive la población local avanza a gran velocidad, las políticas de atención a los mayores y dependientes permanecen estancadas o en retroceso. Las residencias públicas son una cuestión tabú, un tema que nadie quiere abordar. Muchas manifestaciones en favor de la sanidad pública pero una gran parte de nuestros mayores sobreviven desamparados. Y mientras los políticos alardean de políticas sociales esteparias, personas como mi vecino se sienten abandonadas y desprotegidas.

Se me antoja una paradoja que sea la clase política que en su día reclamó un cambio en la denominación de viejos por la de mayores, la misma que los abandona a su suerte por no decir a su muerte. Si los políticos fueran inteligentes, utilizarían las residencias para mayores como fórmula electoral. Si los políticos cumplieran sus promesas, construirían residencias para mayores. Como mi vecino, yo también estoy indignado.