Escaleras de purgatorio

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La fotografía arrima incertidumbre desde una fisura abierta por la imaginación. Muestra una rancia escalera, en aspecto esculpida con sudor de cautivo, como si de un fúnebre pasadizo por resultas dieciochescas se tratara, que por esos peldaños patibularios desde las tinieblas escalasen hacia la luz... Nada más lejos de la realidad. Se trata de una escalera que conduce a los sótanos, minados de bodegas, que custodian las barricas de un selecto vino en el municipio de Laguardia. ¿Purgatorio? Quizá sí, en lenguaje figurado, pues, podría entenderse como el maridaje del vino con el roble, que desarrolla sabores y aromas, en espera de purificarse para alcanzar la gloria… En ese inmenso complejo de bocoyes dormidos, un experto, no supimos si sumiller o enólogo, aunque sin duda evaluador de vinos, sentenció: «El mejor vino es siempre el que se bebe...». Luego se interesó por los vinos de Menorca. Sin embargo, nuestra impericia dictó reserva: «Todos son merecedores de cata».

Y, a palo seco, tiramos de historia transversal. Le hablamos de un doncel menorquín, reconocido por la vitivinicultura varios siglos después, que en la baja edad media dictaba cartas en la sacristía de su pueblo, Es Mercadal, para intentar salir indemne de una conspiración dinástica que, yendo la cosa a peor, podría haberle orientado por parecidos escalones aviesos hacia otro alegórico purgatorio. Benedicto XVI declaró en 2011, y antes lo convino Juan Pablo II, que el purgatorio no era un lugar físico sino una experiencia de―fuego interior, matizó, que purificaba el alma. Por tanto, sin ubicación espacial, lo más probable es que tampoco se dieran escaleras de purgatorio…