La vocación idealizada

Los sanitarios están en esa categoría de trabajos en los que parece no haber derecho al cansancio o a la queja porque son vocacionales.

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Ahí está también el periodismo y específicamente el reporterismo de guerra, del que hablarán un cámara y dos periodistas en un acto en Maó el día 13. Entre ellos los freelance que se compran de su bolsillo chalecos antibalas mientras mandan crónicas desde el horror para grupos de comunicación millonarios. Una vergüenza amparada de nuevo en la ilusión, la entrega, las ganas, con riesgo incluso para su vida.

Más entrega, por ejemplo en el terreno artístico, con la incertidumbre económica siempre como compañera en el teatro, la danza, la pintura, la música, disciplinas todas ellas de máxima exigencia y estudio. Sin embargo –excepto a unos pocos que alcanzan el éxito–, se les desmerece retrasando pagos por trabajos y actuaciones, o negociándolas hasta el céntimo mientras se derrocha en otros festejos. La lista de los vocacionales que caen en su propia trampa es larga, tanto que ese deseo de darlo todo por una profesión es el terreno abonado para la precariedad laboral.

Creo que la vocación se sobrevalora, no paga la compra, ni la luz ni la factura del mecánico. Debe ir acompañada de un salario digno, no de trucos como los falsos autónomos, los encargos gratis para ‘ayudarte’ a hacer curriculum o la eterna inestabilidad.