Una frase parecida a la del título de este artículo la espetó un general golpista durante la Guerra Civil española. «Venceréis, pero no convenceréis», proclamaba Miguel de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca ante la inmundicia de una ignorancia elogiada y aplaudida. La inteligencia, el conocimiento, la enseñanza, la investigación, han sido objeto de persecución por parte de las opciones ultraconservadoras. Sucedió en la Alemania nazi, con la persecución implacable a eminentes físicos, incluyendo premios Nobel, por su ascendencia judía, aunque sus investigaciones estaban avanzando en los campos de la física cuántica y de la relatividad.
Sucedió en la España franquista, con la soflama de «que inventen ellos», y el desprecio a la intelectualidad vista como colectivo capaz de disentir, de criticar, de divulgar. Y está pasando ahora en Estados Unidos, tras la declaración de inicio del vicepresidente Vance, con una sentencia tremenda: «los enemigos son los profesores». Estas posiciones se han radicalizado en la considerada como primera potencia del mundo: los ataques a las grandes universidades estadounidenses, referentes en todos los campos de la ciencia, están demostrando la bajeza de la Administración Trump, espoleada por la estupidez del presidente: negacionismo del cambio climático y de las vacunas, sendas muestras de supino analfabetismo.
Harvard, Columbia, Yale, Princeton, Cornell, entre otras del Ivy League, el grupo de ocho universidades que se consideran las mejores del mundo (junto a las británicas Cambridge y Oxford), se encuentran amenazadas por el gobierno norteamericano, acusadas de fomentar el antisionismo e, incluso, de estar influenciadas por el partido comunista chino. Esto, que parece una noticia de un programa de humor negro, es real. La retirada de fondos a esas universidades va a tener consecuencias letales sobre el desarrollo de la investigación básica y aplicada en Estados Unidos, con enorme influencia en el resto del entramado académico del mundo. Áreas afectadas que van desde la investigación médica, la inteligencia artificial, los avances de la física y de la química, el desarrollo de la biología o de la economía, constituyen, entre otros, ámbitos del conocimiento profundo que hacen avanzar la ciencia en su conjunto. Y, por extensión, impacta sobre el bienestar de la población.
Para Estados Unidos la factura será elevada, a sumar a la generada por la extravagancia de los aranceles. Mientras tanto, China va a dominar en apenas un lustro campos como la robótica, la industria aeronáutica, la del automóvil, la farmacéutica, la producción de maquinaria de todo tipo, la investigación básica en la mayor parte de las áreas, gracias a su apuesta inversora. Y, ahora mismo, está lanzando suculentas ofertas a los científicos de las universidades estadounidenses. Sucedió en la Alemania de Hitler: entonces, era Estados Unidos quien fichaba a ingenieros, físicos, matemáticos, de origen germánico. Ahora, Trump entierra la ciencia en sus coordenadas antiwoke. Una estupidez sin límites. El intelectual, el profesor, el investigador, visto como enemigo. Un retraso sideral.