En 1973, dos autores, Lluís García Sevilla y Víctor Garau Jaulin du Seutre, editaron un interesante estudio titulado «La llengua i l’escola a les Balears» que diseccionaba los males del sistema educativo del último franquismo en la enseñanza de la lengua en nuestro archipiélago, en aquel momento una región carente del más mínimo grado de autonomía política.
El trabajo partía de la realidad sociolingüística de la época, con unos curiosos apéndices de sondeos realizados en Ciutat en 1970 en los que, mediante llamadas telefónicas al azar, se anotaba el idioma de respuesta inmediata del interlocutor a la pregunta «Que hi és en Gori?»,
En la Palma de hace 55 años, un 78 por cierto de los que descolgaban el aparato contestó en mallorquí, mientras que el 21 lo hicieron en castellano -de los cuales, casi un 13 por ciento eran extranjeros-, y un escaso 1 por ciento en otros idiomas.
En Gori de 2025 probablemente se llamaría Marc o Martina, pero lo que es seguro es que a la pregunta de marras la mayor parte de los receptores -un 59% en 2021- contestaría en castellano, un tercio lo haría en catalán y un porcentaje nada despreciable en idiomas extranjeros.
Obviar la realidad demográfica y sociolingüística de un territorio a la hora de hacer planteamientos de normalización conduce irremediablemente a la melancolía. No se trata, por descontado, de hacer dejación de sus instrumentos, el más importante de los cuales es la escuela, sino de asumir que hemos pasado de un catalán mayoritario pero minorizado oficialmente, a un catalán minoritario, oficialmente protegido, pero muy minorizado en el uso social, salvo en determinados ámbitos.
El estudio de García y Garau hacía una serie de recomendaciones, pero se preocupaba también del deficiente conocimiento por parte de los mallorquines del entonces único idioma oficial, lo que le añade valor y lo aleja del actual postureo político.
La conclusión del trabajo no tiene desperdicio: «Es tracta de fer d’infants monolingües (castellanoparlants o catalanoparlants) nins bilingües, i això fet amb el màxim de benefici. La finalitat és que en acabar l’EGB (la primaria de entonces) ambdues castes d’infants dominin oralment i gràficament el castellà i el català».
También recomienda que lo que hoy es la educación infantil y el primer ciclo de primaria se impartan en la lengua materna del menor, sea castellano o catalán.
Y no, el estudio no fue financiado por una organización ultraconservadora precursora de Vox. Lo editó nada menos que la Obra Cultural Balear.
Hoy, la oposición de izquierdas y sus organizaciones satélite -incluyendo la propia OCB- se escandalizan del simple hecho de que el castellano sea reconocido, con el catalán, como lengua covehicular de la enseñanza, algo que ya era y no ha dejado de ser desde la promulgación de la LNL.
Conviene recordar también que Armengol y su conseller March, con motivo de la negociación de la Llei d’Educació de les Illes Balears habían pactado en su día con el PP que un mínimo del 25% de la enseñanza preuniversitaria se impartiera en castellano y un 50% en catalán. Solo la amenaza de Més de romper el Pacte frustró aquel acuerdo.
Debemos superar la guerra de las lenguas y que ambas se enseñen bien, como muy sensatamente nos aconsejaba la OCB en 1973.