Fela Saborit
Fela Saborit

Periodista especializada en Salud y Sociedad

Vía libre

Hasta la última gota

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Todavía no hemos experimentado en Menorca con crudeza la realidad de que el agua se acaba, puede ser de baja calidad en muchas zonas, salir con poca presión, pero aún no ha llegado el momento de abrir un grifo en casa y solo escuchar los ruidos de las cañerías vacías, las tripas de unas conducciones secas; esa necesidad de llenar cubos de agua, durante determinadas horas del día, para más tarde distribuirla y lavarnos los dientes, el cuerpo o vaciarla parcialmente en el retrete. Así hasta que pueda brotar mágicamente otra vez del grifo, la ducha o la cisterna. Lo que son las restricciones duras que se aplican cuando se sufre una terrible sequía y el líquido elemento se agota.

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Por eso, mientras haya un mes lluvioso de primavera y la isla conserve algo de verdor, ya parece que eso bastará y compensará la larga y sedienta canícula, pero no es así. Por debajo, en los acuíferos, las cosas no están nada bien. Menorca sigue en prealerta y sus reservas hídricas eran del 51 por ciento en abril, la peor cifra de la última década. En 2015 en ese mismo mes    eran de un 74 por ciento. Empieza una temporada con el depósito muy poco lleno. En agosto del año pasado, sin lluvia y con la demanda disparada, las reservas bajaron al 39 por ciento.

Ante esta situación de emergencia, la realidad de los recursos y el desarrollo urbanístico son dos mundos paralelos, los planeamientos municipales y el estudio de capacidad de carga turística prevén unos crecimientos imposibles de satisfacer. Y lo más alarmante es que no exista control de los consumos en terrenos rústicos, ni en hortales, ni en hoteles de lujo ni en fincas: de 2.500 pozos inscritos se vigilan 150 captaciones utilizadas para el abastecimiento urbano. Esto es el tren de los hermanos Marx y su «traed madera», una carrera loca hasta quemar el último vagón y mirar al cielo esperando ver llover.