memoria y vida

La fiesta del Corpus Christi: gozo y protección

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El significado espiritual de esta festividad que se instauró en la Iglesia occidental a finales del siglo XIII venía ya expresada en una secuencia del siglo anterior, compuesta por Adán de San Víctor, que empezaba con estos versos latinos: Iubilemus Salvatori, / quem celestes laudant chori / concordi letitia: Pax de celo nuntiatur / terra celo federatur,    / Angelis ecclesia. (Alabemos al Salvador, a quien los coros celestes ensalzan, concordes en la alegría: la paz es anunciada desde el cielo, la Iglesia hace alianza con los ángeles). Esta vinculación de la natividad de Jesús con el misterio de la eucaristía venía también expresado por la norma de que al instituirse la fiesta de Corpus se escogiera para la misa el prefacio de Navidad.

San Bernardo, en efecto, en uno de sus muy hermosos e inspirados sermones hacía esta advertencia: «No nos quejemos tampoco de que no se hayan concedido a nuestra época aquellas apariciones hechas a los Padres de la antigua Alianza o la presencia humana visible de Cristo de que gozaron los apóstoles. Si prestamos atención vemos que no nos falta una ni otra. Porque nosotros tenemos la verdadera sustancia de su carne, aunque sea en el sacramento. Y no nos faltan tampoco el espíritu y la fuerza de las revelaciones. Nuestro tiempo es un tiempo de gracia, y no carecemos de ninguna gracia» (sermón 399, 10).

Con el paso de los siglos del arraigo de la fe y la devoción en los pueblos cristianos fueron surgiendo iniciativas diversas del fervor eucarístico, como fueron la organización de procesiones que pusieran de manifiesto la fe y la acción de gracias por el misterio de la real presencia eucarística de Jesús incluso en los lugares donde transcurría la vida diaria de los fieles, como eran las calles y plazas de sus pueblos, lo cual se puso de manifiesto al instaurarse la festividad del «Cuerpo y la Sangre de Cristo» que se difundió con gran resplandor en muchas ciudades a la vez que con piadosa sencillez en humildes pueblos rurales las procesiones eucarísticas.

También en las tierras de misión donde se iba anunciando la fe cristiana, se realizaba a modo de profesión pública de esta fe la procesión eucarística del Corpus. Acerca de ello, tenemos conocimiento de cómo lo efectuaba en California el misionero mallorquín san Junípero Serra, como lo atestigua uno de sus biógrafos, Stewen W. Hackel, en una reciente publicación con prólogo del obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull.

Habían    pasado ya más de veinte años desde que que fray Junípero se había embarcado en una pequeña nave que había salido de Menorca y que le condujo desde Mallorca hasta Málaga. El 7 de diciembre de 1749 junto con un grupo de misioneros llegaron a Méjico, donde permaneció el santo trabajando como misionero en los confines de la llamada Nueva España, hasta que en 1768 se inició en su fructífera labor de fundación de nuevas misiones en California.

Corría el año 1770 y en Monterrey dispuso fray Junípero celebrar por primera vez la procesión del Corpus de modo que se notara que «la presencia divina brillaba en esta tierra recién cristianizada». Fue en la víspera cuando los marineros descubrieron dos cajas de faroles de cristal en la bodega del San Antonio y «con los faroles fueron alumbrando la custodia». La solemnidad del acto con repique de campanas y disparos festivos causó admiración y un gran gozo en los participantes.

Al año siguiente, según informó el virrey Carlos de Croix, «fue mucho más solemne por la presencia de varios cristianitos nuevos que participaron como acólitos y monaguillos». Admirable en gran manera fue el esfuerzo que a pesar de sus problemas de salud realizó el padre Junípero, especialmente cuando en 1778 recibió la autorización del Papa para administrar el sacramento de la confirmación, para lo cual recorrió las nueve misiones que había fundado. En su fervor eucarístico halló la fuerza maravillosa que fue realizando. Cuando en 1784 llegó el día de su tránsito a la vida eterna, quiso recibir la comunión por viático arrodillado en las gradas del altar, cantando entre lágrimas de devoción el cántico eucarístico del    Corpus Christi.