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La tradición manda en Navidad. Y TVE ha realizado los especiales musicales con mejor factura televisiva de la Nochebuena. Este año, protagonizados por dos mujeres: Ana Torroja y, más tarde, Aitana. Dos espacios grabados en el estudio 5 de Prado del Rey, aunque con escenografía y carácter diferente, diseñado a medida de sus dos cabezas de cartel.

El problema de este tipo de programas es que si no están respaldados por un buen guion, con diálogos que aporten matices útiles y con prismas no manidos sobre cada invitado, pueden convertirse en un repetitivo carrusel de frases hechas. Así todo se repite con palabras como 'es un sueño', 'es magia', es mi «gran amigo'. Aunque se hayan visto tres veces. Pero hay que rellenar silencios. Aunque también se debería ir un poco más allá de la 'coletilla-comodín-bien-queda'. O el espectador siente que todo ya lo ha visto antes.

Aitana es muy joven. Y, por supuesto, como todos, en la televisión rápida de hoy es fácil caer en esas frases hechas para salir del paso. Pero una de sus cualidades está en que mantiene su espontaneidad intacta y da la vuelta a los lugares comunes hasta transformarlos en propios e incluso únicos. Carisma que ya evidenció en su primera actuación en 'OT 2017'' cuando se perdía con el playback de base de una complicada versión de 'Bang, bang'. Entonces, el espectador conectó con su mirada transparente. Era fácil identificarse con la comunicación no verbal de Aitana que venía a decir con una hipnótica humildad que aquello no estaba saliendo como esperaba. Quedaba en evidencia que estábamos ante una artista auténtica.

No ha pasado tanto tiempo como parece desde aquel 2017, pero Aitana ya no es una concursante de un gran talent show: es una intérprete de primer nivel. Ha evolucionado, ha logrado seguridad en el escenario. Pero una de sus virtudes inconscientes está en que no se ha diluido ni un ápice de su verdad frente a la cámara.

Lo ha demostrado en el especial de Nochebuena de este año. Más aún cuando ha salido David Bisbal a cantar, se abrazaron y, de repente, se provocó un incómodo tropiezo de micrófonos. Pero no se repitió la escena. No se silenció. Al contrario, en ese instante, los dos se ríen con la complicidad de la mirada. De esa mirada que sigue cristalina y traspasa la pantalla sin necesidad de subrayar nada.

Y Bisbal, también nacido de la música que se crece con la espontaneidad televisiva, convierte la colisión de micrófonos en grandeza: «debería ser una moda, ¿eh?», incide irónico. ¿Sí, esto de chocar micros?, continúa astuta Aitana. Y lo vuelven a hacer: chocan sus micros. Acaban de inventar el tropezón de micros como nuevo saludo icónico. Perfecto para épocas pandémicas de distancia social.

«Lo vamos a implementar nosotros», remata Bisbal. Y, una vez más, una sonriente Aitana golpea por tercera vez su micrófono con el de David Bisbal, justo antes de arrancarse a cantar juntos 'Vas a quedarte'.

Una anécdota, sí, pero que ojalá se convierta en saludo ritual. El supuesto fallo hecho virtud. Porque, al final, este sencillo y casi desapercibido juego entre ambos fruto de un incómodo tropiezo para el técnico de sonido define lo que diferencia a un cantante de un artista. Los cantantes cantan, los artistas remueven por el ímpetu de su empatía.