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El hooliganismo que el PSOE -que ahora se rasga hipócritamente las vestiduras- trajo a todas las instituciones, convirtiéndolas en meros apéndices sectarios del partido -véase, si no, la actual presidencia del Congreso o la mal llamada Fiscalía General del Estado- tiene su cara B en Balears, donde Vox consiguió la presidencia del Parlament a cambio de investir a Marga Prohens. Pensó la campanera que un cargo meramente institucional evitaría intromisiones en la gestión del Govern, lo que ha resultado ser solo parcialmente cierto. Pero los espectáculos con Vox están siempre asegurados, porque parecen vivir en una permanente adolescencia política y necesitan llamar la atención, aunque sea a costa de tirarse por un acantilado.

Gabriel Le Senne no es una excepción. Uno puede abominar del vomitivo ejercicio de manipulación protagonizado por Pilar Costa y Mercedes Garrido exhibiendo fotografías de Aurora Picornell, cuya imagen usan como reclamo en defensa de sus embustes acerca de la llamada ‘memoria democrática'. Pero el president del Parlament no puede actuar como un Alvise Pérez desde la institución, porque la cámara balear no es el TikTok, sino algo supuestamente más serio y que nos representa a todos por igual.

Prohens debe actuar y convocar unos comicios cuando sea más oportuno, porque a quien benefician únicamente los continuos sainetes de Vox es a la izquierda, encantada con Le Senne y sus mal avenidos correligionarios.

Una ley de memoria, y más si se apellida ‘democrática', debe honrar y respetar a todas las víctimas por igual, y contribuir a restañar heridas y crear un clima de concordia, no de revancha. También debe huir de los clichés interesados del discurso izquierdista, que nos habla de ‘franquismo' como si el golpe de julio de 1936 fuera una idea preconcebida por Francisco Franco para implantar un régimen personalista, y no la consecuencia azarosa y desgraciada de una inesperada Guerra Civil y una subsiguiente Guerra Mundial.

A Aurora Picornell no la fusiló ‘el franquismo', sino un atajo de fascistas asesinos en medio de una guerra y una represión que tuvo su exponencial contrapartida en la zona republicana, especialmente en Madrid y Barcelona. Y Picornell y su marido, el agente prosoviético Yefim Granowdiski, alias Heriberto Quiñones, estaban muy lejos de cualquier ideología democrática, porque el comunismo estalinista de los años 30 nada tenía de democrático, como se encargó de demostrar la URSS a lo largo de su existencia de 73 años, donde superó con creces los crímenes del nazismo, macabro récord del socialismo real.

Nada de esto priva de la condición de injusta víctima a Picornell, una joven de tan solo 24 años. Pero, por idénticas razones, la izquierda debe comenzar a pedir públicamente perdón por sus asesinatos de civiles durante la República y la Guerra Civil -muchas veces, en nombre de partidos aún existentes-, de los que en Menorca guardan especial memoria. Y tampoco estaría de más que, al igual que se condena universalmente el injustificado bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor, se hiciese lo propio con el de la población cordobesa de Cabra por los ‘Katiuska' de la aviación republicana, responsable también de 130 civiles fallecidos en bombardeos sobre la ciudad de Palma.