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Dime tú, que a lo mejor yo no soy suficientemente listo, cómo puñetas defiendes la condonación de una deuda a cambio, qué sé yo, de siete votos. Quiero decir, cómo puedes perdonar 15 millones de euros por la cara y que encima te sorprendas si alguno de los implicados se cabrea. Porque, como ya te he comentado por aquí alguna vez, no basta con que se crean que somos tontos, es que encima nos tratan como a tal. Yo te pongo un ejemplo.

Imagínate que estás leyendo esta columna en un bar, tomándote tu desayuno con un café, un bocadillo y un refresco. Lo disfrutas porque, además de bueno, este ratito de tranquilidad es el resultado de una semana complicada de trabajo que has solventado, una vez más, hasta llegar a un sábado que pasará mucho más rápido de lo que quieres. O puede que estés arrancando la jornada y te hayas dado este homenaje porque un buen sábado de trabajo requiere de una buena dosis de energía.

Pides la cuenta y el camarero te cobra 50 euros. Por muy bueno que sea el bocadillo (aunque ninguno como el de pilotes d'en Pedro) a ti y a todos nos parecen excesivos los 50 euros y al comentarlo con el empleado te explica que lo tuyo, en realidad, no llega a los 15 euros pero que esta semana ha sido complicada ya que algunos de los clientes han decidido no pagar lo que han consumido y tú tienes que hacerte cargo de lo suyo para que los números de la caja del bar cuadren.

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A ti, que te encanta este lugar y crees que todo el mundo puede pasar una mala racha, no te sabe mal hacerte cargo de una cuenta si alguien no ha podido pagarla, porque somos humanos, somos empáticos y «hoy por ti, mañana por mí». El camarero te corrige y te dice: «No es que no hayan podido, es que no han querido». Ahí, tus narices, se empiezan a hinchar. Una cosa es ser empático y la otra es burro. O, lo mismo, una cosa es que se crean que eres tonto y otra muy distinta es que te traten como a un tonto. Y te indignas con toda la lógica indignable. «Yo pago lo mío», sentencias.

Bien, ahora no hablemos de ese bar, ni de esos 50 euros. Hablemos ahora de los 15.000.000.000 de euros en impuestos que Pedro Sánchez está a punto de perdonar a Cataluña por siete miserables votos con los que seguir agarrándose a un asiento que ni merece ni representa.

Sí, tú y yo, y todos los que te rodean serán los perjudicados de este enésimo despropósito que castiga a todos en beneficio de unos pocos. Porque esos 15.000 millones no desaparecen, se repartirán entre los que sí que pagamos lo que debemos, aunque no podamos. Porque el mundo está lleno de caras muy duras y de caraduras.