En anterior tribuna1 hice referencia a la tragedia vivida por las tripulaciones de barcos italianos, hundidos por la Luftwaffe, tras el Armisticio firmado por Italia y los Aliados el 3 de septiembre de 1943. Hablamos de más de 2.000 fallecidos el 9 de septiembre, dotaciones del acorazado «Roma» y de los destructores «Vivaldi» y «Da Noli», a consecuencia no solo de bombas alemanas, sino también de órdenes contradictorias, secretos absurdos e incertidumbres propias de una guerra. Muchos de los supervivientes encontrarían refugio en España, internados sus barcos en Mahón, Pollensa, Palma, Blanes y Palamós, concentrados posteriormente en Caldas de Malavella.
El recién reeditado libro en versión castellana «Buques de guerra italianos retenidos en las Baleares» de Giuliano Marenco2 hijo de un oficial superviviente de aquellos ataques, alto funcionario de la Unión Europea, describe con emoción aquellos momentos. Se extiende con buena base histórica, en la política española del momento, sometida a presiones por los dos bandos -Eje y Aliados- en un difícil equilibrio. Se apoya en los testimonios de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores Conde de Jordana y su eficaz Subsecretario Pan de Soraluce y en las memorias de los embajadores acreditados en Madrid, Carlton Hayes (EE.UU), Samuel Hoare (U.K) y Paulucci di Calboni (Italia) que Jose María de Areilza recogió en un magnífico ensayo «Embajadores sobre España»3.
Recordemos que el estallido de la Segunda Guerra se inició un 4 de septiembre de 1939 pocos meses después de finalizada nuestra Guerra Civil. El 27 de marzo Franco se había adherido al Pacto Anti Comintern y el 8 de mayo España salía de la Sociedad de Naciones. Todo indicaba que su inclinación sería adherirse al Eje. Pero la Guerra se había iniciado con un ataque alemán y soviético a la católica Polonia. En consecuencia, el 4 de septiembre de 1939 España se declaraba neutral.
El 9 de junio de 1940 Mussolini mandaba a Franco un mensaje personal, comunicándole su inmediata declaración de guerra junto al Eje, prometiendo que en el nuevo orden europeo, «Gibraltar volvería a España».
«Siguiendo a Italia en la guerra -escribe Marenco- España habría podido recuperar Gibraltar y expandirse en el norte de África».
Pero ya a finales de 1943, el Embajador di Calboni aseguraba a su colega americano Hayes, que Franco no entraría en guerra por dos razones: «porque primero debía poner remedio a los efectos devastadores de la Guerra Civil y segundo porque si España entrara en guerra en condiciones de debilidad, ocupada y controlada por Alemania e Italia, habría perdido su independencia; ya se había negado Franco «muy testarudamente» (sic) a la solicitud de una base italiana en las Baleares». Esta actitud era plenamente reflexiva y había sido compartida por sus dos ministros de Asuntos Exteriores el coronel Beigbeder y el Conde de Jordana, ajenos a los cantos de sirena del Conde Ciano en reciente visita a Madrid.
Hayes confirma esta tesis y añade que «Franco estaba personalmente ligado a Petain y no estaba dispuesto a apuñalar a Francia por la espalda» cuando le prometían territorios franceses del Norte de África.
Cuando Italia entró en guerra el 10 de junio de 1940, en vez de secundarla, Franco dispuso mediante un inmediato decreto del 12, el paso de España a la condición de «no beligerante». ¿Qué quería decir? No entraba en guerra, pero no era psicológicamente neutral. Hayes, catedrático de Columbia especialmente seleccionado por Roosevelt, que llegó a Madrid «cargado de prejuicios sombríos» lo ratificaba tras una histórica entrevista con Franco. Acabaría siendo un gran apoyo para España, particularmente sensible a las necesidades de repatriación de los marinos italianos internados en nuestro país. Marenco dirá: «esta no beligerancia es más una coloración política de la neutralidad, que una noción autónoma del Derecho internacional».
La evolución de la guerra hizo cada vez más prudente al Régimen, que supo resguardarse tras solicitudes de ayudas alimenticias y militares. Se limitó a prestar apoyos a unidades navales y aéreas del Eje, a cubrir sus necesidades de espionaje, a proporcionar wolframio en una compleja red de doble mercado y enviar trabajadores a Alemania; lo máximo fue enviar a la División Azul al frente ruso.
Pero cuando Italia tras el desembarco de los Aliados en sus costas, dejó el Eje el 1 de octubre de 1943, España, por presión norteamericana, volvió al estatus de pura y simple neutralidad. Lo refiere Hayes, al tiempo que valora el trato dado a más de mil aviadores americanos4 que, por accidente, tuvieron que tomar tierra en territorio español.
Ajenos a estos acontecimientos, cientos de marinos italianos internados en nuestros puertos, no volverían a su patria hasta los primeros días de 1945. ¡Las trágicas aristas de la guerra!
1 «La Razón»,12 de septiembre.
2 Editorial Menorca y Fundación Hospital de la Isla del Rey.
3 Instituto de Estudios Políticos. 1947.
4 Citado por Areilza. Obra citada. Pag. 81.
* Artículo publicado en «La Razón» el jueves 19 de septiembre de 2024.