Vaya por delante que en los 80 y 90 Mike Tyson no era santo de mi devoción. Le seguía y me producía terror cómo derrumbaba a sus oponentes en el primer asalto. Sus embestidas nada más sonar el gong eran temibles. Nunca había visto a un toro bravo convertido en ser humano con guantes de boxeo. Pero el modo en cómo humillaba a sus rivales me superaba y en cada combate deseaba que se le acabara aquella racha de victorias fulminantes que parecía eterna. Llegó ese día en el año 90 y fue con un rival que a priori no le iba a plantar cara. Buster Douglas lo noqueó y aquella imagen de Tyson tratando de recuperar la verticalidad se me quedó grabada en la retina. Años más tarde, tras su paso por prisión, peleó con Evander Holyfield, boxeador al que yo idolatraba, y fue derrotado. Durante semanas había sentido una angustia terrible por Holyfield porque daba por hecho que Tyson lo destrozaría, sopesaba que lo de Buster Douglas había sido una excepción. Sin embargo, Holyfield era un boxeador talentoso y leyó perfectamente aquel combate. En la revancha, Tyson le mordió la oreja y empezó un declive que acabó en el 2005.
Tribuna
El Terror del Garden
26/11/24 4:00
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