Turistas paseando por el centro de Palma en plena ola de calor. | Jaume Morey

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Suben día a día las temperaturas. Se acerca el verano y con él, las temidas noches tórridas y días en los que salir a la calle cuesta horrores. En este contexto, es común preguntarse por qué sentimos tanto calor a temperaturas de 30 grados Celsius, a pesar de que la temperatura interna de nuestro cuerpo ronda los 36 grados. La respuesta a esta aparente paradoja se encuentra en la fisiología humana y en cómo nuestro cuerpo regula su temperatura.

El cuerpo humano mantiene una temperatura interna constante de aproximadamente 36-37 grados Celsius gracias a un proceso llamado termorregulación. Este proceso es gestionado por el hipotálamo, una región del cerebro que actúa como un termostato. Para mantener esta temperatura interna, el cuerpo realiza una serie de ajustes, como la sudoración y la dilatación de los vasos sanguíneos.

A 30 grados Celsius, la capacidad del cuerpo para liberar calor al ambiente se ve comprometida. En temperaturas más frías, el cuerpo puede perder calor de manera eficiente al transferirlo al aire circundante. Sin embargo, a 30 grados, el gradiente de temperatura entre el cuerpo y el ambiente se reduce, dificultando la disipación del calor. Esta dificultad se agrava en condiciones de alta humedad, donde la evaporación del sudor se vuelve menos eficiente.

Además, la sensación térmica no depende únicamente de la temperatura del aire. Factores como la humedad, el viento y la radiación solar también influyen en cómo percibimos el calor. La humedad elevada, por ejemplo, inhibe la evaporación del sudor, que es un mecanismo clave para enfriar el cuerpo. Sin la evaporación eficaz del sudor, el cuerpo retiene más calor, lo que aumenta la sensación de calor y la incomodidad. El viento, por otro lado, puede ayudar a mejorar la evaporación del sudor y a disipar el calor del cuerpo, proporcionando una sensación de frescura. La exposición directa al sol también aumenta la percepción de calor, ya que la radiación solar calienta la piel y los tejidos superficiales del cuerpo.

En resumen, aunque la temperatura interna del cuerpo es más alta que la temperatura ambiental, la eficacia de los mecanismos de enfriamiento del cuerpo disminuye significativamente a temperaturas elevadas, especialmente en condiciones de alta humedad. Esta disminución en la capacidad de disipar calor explica por qué nos sentimos tan acalorados a 30 grados. Comprender estos factores puede ayudarnos a manejar mejor nuestro confort térmico durante los meses de verano y en condiciones de calor extremo.