Margot Friedlander este jueves durante su intervención en la Eurocámara. | YVES HERMAN

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Ante el Parlamento Europeo, Margot Friedländer lleva al cuello un collar de ámbar del que no se separa nunca. Fue el último recuerdo que le dejó su madre tras ser transportada a Auschwitz, junto a una libreta de direcciones y un mensaje: «Intenta hacer tu vida». A sus 100 años cumplidos en noviembre, Friedländer puede decir que lo ha logrado: es la memoria viva del horror del Holocausto, pero también de un legado dedicado a contar cómo, siendo apenas una veinteañera, sobrevivió al campo de concentración de Theresienstadt y, ya cerca de sus noventa años y tras una vida en Estados Unidos, decidió volver a Berlín para cumplir una misión: procurar que nadie olvide lo que sucedió. Coincidiendo con el 77 aniversario de la liberación de Auschwitz y el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, el Parlamento Europeo se unió este jueves a la larga lista de lugares públicos en los que Friedländer ha contado al mundo su testimonio y su advertencia de que aquello «puede volver a suceder».

«En muchos países, nadie movió un dedo para salvar a sus vecinos judíos de la deportación», recordó ante la Eurocámara. A su hermano, narró Friedländer, lo detuvieron cuando aún era menor de edad y su madre no dudó en entregarse a la Gestapo para «acompañarle allá a donde le llevaran». Cuando Margot llegó a su casa y la encontró vacía, sus vecinos sólo pudieron contarle lo que había pasado y darle las últimas pertenencias de su madre. Con 21 años, se quedó sola en Berlín y pasó quince meses escondida en diferentes casas de amigos antes de ser detenida y deportada a Theresienstadt, en territorio de la República Checa. En este campo de concentración, donde dormía en una cama de madera y sin infraestructuras de higiene, vio morir a muchos de sus compañeros de hambre o enfermedades, castigados por el duro invierno centroeuropeo. Aún prisionera se reencontró con Adolf, un joven berlinés a quien conocía de su vida antes del Holocausto, con quien mantuvo encuentros secretos durante los meses en Theresienstadt y se casó apenas unas semanas tras la liberación del campo en mayo de 1945. «Al principio», desveló, «no estaba enamorada de él». «Necesitaba tiempo para ser de nuevo una persona, volver a tener sentimientos. Tal vez fue el dolor lo que nos unió, más que estar enamorados. Queríamos una vida normal».

Él le dio el anillo de boda de su padre, de los pocos objetos que no les quitaron en el campo, y un rabino les casó el 30 de junio de 1945, 53 días después del momento «irreal» de abandonar, libres, Theresienstadt. La pareja se mudó un año después a Nueva York, donde vivía la hermana de Adolf y donde Margot permaneció durante 64 años. Desde su llegada a Estados Unidos y hasta la muerte de Adolf en 1997, la pareja viajó mucho a Europa, pero nunca a Berlín, a donde él se negaba a volver. Ya sin su marido, en 2003 -casi 60 años después de ser deportada- Margot volvió a «su Berlín» por primera vez. En 2010, con 88 años, hizo la mudanza definitiva y se estableció de nuevo en Alemania. «Volvía con un mensaje que desde ese día he estado transmitiendo: pedir a la gente que se convierta en testigo contemporáneo», explicó Friedländer. «Lo que pasó ya sucedió, no podemos cambiarlo, pero no puede suceder de nuevo». Su misión hoy, dijo, sigue siendo hablar por los millones de inocentes asesinados por el régimen nazi. Le preocupa que el Holocausto y el exterminio están quedando «cada vez más olvidados» y «abusados». «No doy crédito cuando veo a mis cien años cómo los símbolos de nuestra exclusión por parte de los nazis se usan desvergonzadamente por los enemigos de la democracia en la calle, para pintarse a sí mismos como víctimas», lamentó Friedländer, en referencia al uso de las estrellas de David por parte de, entre otros, los colectivos antivacunas.

«Debemos permanecer juntos para que la memoria del Holocausto siga viva y no la abuse nadie. El odio, el racismo y la discriminación no pueden tener la última palabra», pidió a la Eurocámara, de la que arrancó un larguísimo abrazo y la emoción de muchos de los diputados presentes. Tras ella hablaron brevemente los líderes de las instituciones comunitarias, como el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, que pidió a los europeos ser «custodios de este recuerdo» y asumir la responsabilidad de transmitir el mensaje de los supervivientes cuando ellos ya no puedan hacerlo. «Los horrores de Auschwitz son inenarrables, pero debemos contarlos», resumió por su parte la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, para quien Europa es hoy una «manifestación política del 'nunca más'». «Compartir estos recuerdos», transmitió la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, a Friedländer, «es el mayor acto de amor para todos nosotros y las generaciones futuras, porque nos hace ver, nos hace libres. Nuestra libertad se construye sobre la memoria del Holocausto».