Un tanque israelí en el actual contexto de tensión en Oriente Medio. | Reuters - Amir Cohen

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Los hechos del pasado fin de semana, con el histórico ataque de Irán contra Israel, han rescatado para la primera plana de la actualidad un conflicto antiguo, cuyos orígenes se remontan al último tercio del siglo pasado. La enemistad de Teherán y Tel Aviv se activa en este último ciclo histórico tras el triunfo de la revolución islamista que precipitó el derrocamiento del sah Mohammad Reza Pahleví en 1979. El líder de la revolución, el ayatolá Ruhollah Jomeini, identificó rápidamente a los israelíes como valedores en la región de los intereses de Reino Unido y Estados Unidos, las potencias colonialistas que a su vez apoyaban el anterior régimen.

Con Jomeini en el poder gracias al apoyo en primera instancia de organizaciones de izquierda e islámicas, más el empuje de los movimientos estudiantiles, Israel fue etiquetado como enemigo exterior más allá de la carrera interna en el mundo islámico que tradicionalmente mantuvo Irán con Arabia Saudí. Además de la ocupación del territorio palestino, el pretexto de Teherán para no reconocer al Estado israelí reside en las distintas agresiones contra naciones vecinas; paradigmática será la conquista en 1967 de los Altos del Golán y una zona de seguridad aledaña que en las últimas décadas no ha hecho más que crecer y exacerbar la tensión regional.

Los analistas coinciden en señalar que, hasta este pasado fin de semana, la guerra entre Irán e Israel abarcaba ámbitos indirectos, y ambos contendientes trataban de debilitar al poder antagonista potenciando a terceros agentes, parte de las múltiples facciones que entran en liza en el crisol de culturas y confesiones que es Oriente Medio. Por ejemplo, en distintos momentos Israel ha tratado de eliminar a los aliados políticos regionales de Irán como Hezbolá en el Líbano, los rebeldes hutíes de Yemen, o Hamás y la Yihad Islámica en Palestina. Al mismo tiempo, Irán como ha hecho Rusia, ha apoyado al gobierno de Bashar al-Ásad en la guerra civil de Siria; por su parte milicias rebeldes han recibido aparentemente apoyo del Estado israelí, y de hecho su ejército emprende periódicamente acciones directas en suelo sirio, como vimos con el ataque a la embajada iraní de Damasco.

Los precedentes bélicos y los preceptos teocráticos que imperan en ambas partes alejan la posibilidad de la reconciliación de Irán e Israel. Asimismo, Estados Unidos hace tiempo que considera a Irán un agente potenciador del terrorismo en el ámbito internacional, y de hecho posiblemente varias acciones terroristas de finales de los años ochenta no podrían haberse llevado a término sin su contribución, como el ataque a la embajada israelí en Buenos Aires.

Una de las banderas que enarbola Israel, y en general los grupos de presión occidentales sensibles con esta causa, reside en las faltas de respeto de Irán a los derechos humanos. Últimamente hemos visto la ola de indignación auspiciada por la muerte de Mahsa Amini, la joven detenida por vestir el velo islámico de forma inadecuada. Estos hechos, que las autoridades iraníes siempre han considerado impulsadas de forma artificial desde el exterior, motivaron protestas y condenas en distintas zonas del país. No son hechos baladí, pues el descontento social fue una de las razones que, a finales de los años setenta, precipitaron la caída de la monarquía persa.

Israel vs Irán, un conflicto enquistado

En las últimas horas, el máximo representante de la diplomacia británica, James Cameron, ha asegurado que es innegable la evidencia que Irán es la «influencia maligna» en la región. La expresión recuerda peligrosamente a aquel «eje del mal» que hace veinte años Washington y Londres se lanzaron de forma unilateral a combatir, con el apoyo de España y Portugal en la recordada fotografía de las Azores.

Otra cita ha resonado en el transcurso del último episodio de la enemistad enquistada en el corazón de Oriente Medio. Proviene de Josep Borrell. El Alto representante de la Unión Europea para política internacional señaló en una entrevista radiofónica que estamos «al borde del abismo». Tras conversar con el ministro iraní de Exteriores aseguró: «Irán, creo honestamente, que no quiere una escalada que nos haga caer en una guerra (...) sabían muy bien la trayectoria de un dron, el tiempo que tardaba en llegar, a la velocidad que iba, dónde estaban las defensas de los demás... me imagino por descontado que muchos de ellos sabían que serían derribados». Sin embargo, no hay que bajar la defensa: «Estamos al borde de que salte una chispa y haya una guerra regional de consecuencias graves para todos».