Llamas. Una figura de Cupido envuelta en fuego - REUTERS

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A la luna de Valencia, que ayer brilló más que nunca, el fuego purificador que anuncia la primavera consumió la noche de ayer el arte efímero y sarcástico de las Fallas, unas fiestas multitudinarias y este año aún más turísticas donde la omnipresente crisis ha obligado a contener más los gastos.

Desde la medianoche de ayer, Valencia es un trasunto de la Roma neroniana y las llamas prendían por toda la ciudad, ante la mirada de miles de valencianos y de turistas, los cerca de 760 monumentos grandes e infantiles "plantados" desde el martes para satirizar noticias, recuerdos y personajes políticos y del "famoseo" televisivo a los ojos, cinceles y ordenadores de los artistas.

A la una de la madrugada y ante las lágrimas capitulares de la Fallera Mayor, Laura Caballero, la falla municipal, dedicada al deporte por obra de Pere Baenas, se transformó en una monumental pira de veinticuatro metros de altura que contemplaron el president de la Generalitat, Francisco Camps -aquejado de una hernia discal-, y la alcaldesa, Rita Barberá, ante numerosos invitados de la política, la cultura, el deporte o la economía.
Tras una semana grande de fiesta, donde la infancia ha vuelto a ser la protagonista de una ciudad tomada por la música de las bandas -a las que este año se ha criticado su escaso y recurrente repertorio popular-, el ruido de los petardos, el olor a buñuelos y el dulzor mediterráneo, Valencia llegó fiel y con ganas a su cita con la cremà.

Como bienvenida a la ansiada primavera, el fuego se convierte así en el colofón pasional a un año de preparativos, a diecinueve días de mascletás y a cinco jornadas intensas de celebraciones, paganas o religiosas -nuevo récord en la Ofrenda floral a la Virgen: 103.359 participantes- pero todas ellas para casi todos los públicos.