Inés Grau. La joven posa en la cima de 5.895 metros - Internet

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Inés Grau, una joven catalana de 24 años, nunca pensó que un día llegaría a subir los 5.895 metros del monte Kilimanjaro, pero el diagnóstico a los 17 años de edad de una esclerosis múltiple le cambió la vida hasta el punto de superar "el miedo" y cumplir el reto de ascender al punto más alto de África.

La vida de esta catalana cambió repentinamente cuando, un año antes de llegar a la mayoría de edad, sufrió una parálisis facial y, tras pasar un profundo examen médico, los doctores le confirmaron que padecía esclerosis múltiple.

"La primera vez que lo escuché me sonó muy mal y, claro, el primer pensamiento que tuve fue: acabaré en silla de ruedas, pero poco a poco pasé del negativismo absoluto a darle la vuelta", recuerda en una entrevista a Efe esta joven recién licenciada en Psicología.

La aventura africana de Inés -voluntaria de la Federación Española para la Lucha contra la Esclerosis Múltiple (FELEM)- empezó hace apenas un año cuando, en un congreso en Alemania, conoció a Lori Schneider, una mujer de 56 años afectada por esta enfermedad y fundadora de Empowerment Throught Adventure, que organiza retos para personas con algún tipo de limitación física.

Schneider, que ha escalado las siete cimas más altas de los cinco continentes, le propuso a Inés que se uniera a una expedición, formada por 10 personas que padecían esclerosis y por 4 enfermos de Parkinson, que en julio de 2011 tenía el objetivo de ascender al techo del continente africano. Sin dudarlo, Inés aceptó la propuestas de la alpinista alemana y fue entonces cuando emprendió el reto previo para prepararse tanto física como psicológicamente para tratar de coronar la cima del denominado monte blanco y transmitir así un mensaje de optimismo a las muchas personas que padecen esta enfermedad neuroinmunológica.

El camino no fue fácil, pues, aparte del posible impedimento físico que implica la enfermedad, la joven catalana no había subido "ni el Tibidabo" (la montaña más alta de Barcelona), por lo que le tocó iniciar una carrera contrarreloj para coger tono físico.
"Tuve que empezar una entrenamiento que duró unos 8 meses y consistía en salir a correr casi cada día y aclimatarme a hacer esfuerzos por encima de los 2.000 metros", explica Inés, que durante su preparación subió picos del Pirineo catalán como el Puigpedrós o el Pedraforca.

Después de meses de espera, el 12 de julio de 2011, ella y sus trece compañeros diagnosticados de esclerosis múltiple y Parkinson, emprendieron, junto a 15 acompañantes, la ansiada ascensión al Kilimanjaro para demostrar que, pese a las debilidades físicas, muchas veces "sólo existen barreras mentales".

"El objetivo de esta aventura era enviar el mensaje de que poniendo un pie delante de otro y tomándotelo con calma sin perder la energía y la esperanza, se puede llegar a lo más alto", destaca la alpinista accidental.

Y paso a paso fue como tras 6 días de ascensión, el grupo liderado por Schneider llegó a la cima del techo africano, logrando que los meses de esfuerzo y dedicación de Inés no fueran en vano y que superara esa barrera mental.