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Hubo un tiempo en que Alberto Núñez Feijóo era conocido como Alberto Núñez y no como Feijóo, en que resaltaba su desinterés por lo político alegando que no tenía carné ni de conducir, en que era difícil intuir que acabaría convertido en el arquetipo perfecto entre el birrete y la boina, entre lo instruido y lo rural, los dos sentimientos que componen el PP de Galicia. Una trayectoria forjada en el papeleo del opositor y coronada en el mitin plácido y presidencial de quien acumula cuatro mayorías absolutas. Un palmarés triunfal que exhibe como Rocky Marciano y con el que regresará a Madrid como máxima autoridad del partido, espoleado por los barones tras el harakiri de Pablo Casado. El bucle eterno de un gallego al frente de la derecha española.

Las ascuas que todavía crepitan en Génova 13 no serán el primer fuego que trate de sofocar Feijóo, cuyo uno de sus éxitos iniciáticos fue, curiosamente, reducir los incendios estivales en los montes gallegos. Era 1991 y acababa de ser reclutado por el conselleiro de Agricultura José Manuel Romay Beccaría como su secretario general.

Criado en Os Peares, una pequeña aldea de Orense, Feijóo tuvo que renunciar a opositar a judicatura tras el despido de su padre, algo que ahondó en una ya maltrecha economía familiar. Apuntan los que lo conocen a este hecho como una de las cicatrices que marcan su personalidad. Antes se licenció con cierta brillantez en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela, donde una de sus juntas más estrechas era la de Carlos Negreira, quien más tarde sería compañero de filas y alcalde de La Coruña. Junto a él protagoniza en el albor de su carrera en la administración una de esas anécdotas que cosen al personaje.

Nochevieja de 1984. Santiago de Compostela. Feijóo y Negreira se topan de copas y comentan la reciente convocatoria de unas oposiciones para la Hacienda gallega. Tres meses más tarde, pese a que aquella noche se niegan mutuamente que vayan a preparárselas, ambos se encuentran en el examen. Feijóo se encerró en su guarida de Os Peares a devorar los 40 temas. Negreira obtiene la primera plaza y Feijóo, la segunda. Juntos ejercieron, además, como sindicalistas corporativos del departamento, donde se reune por primera vez con un vicepresidente de la Xunta llamado Mariano Rajoy. Diligente, correcto y con aspecto de empollón, una de esas personas a quien endosarle los entuertos, destacó desde el primer momento por su trabajo fértil, un carácter disciplinado aprendido durante sus años de internamiento en los hermanos maristas de León.

Es uno de los episodios que recoge el periodista Fran Balado en El viaje de Feijóo (La esfera de los libros, 2021), la única biografía oficial del próximo presidente del PP. De su lectura -Balado se entrevistó durante meses con más de 50 personas cercanas a Feijóo- se desprende un fresco de la personalidad del presidente de la Xunta, un tipo que siempre ha necesitado ser aupado hasta el siguiente apeadero en una carrera a caballo entre Madrid y Santiago.

El relevo de Fraga

Feijóo fermentó su prestigio al abrigo de Romay Beccaría, que se lo llevó a Madrid tras ser nombrado ministro por José María Aznar después de su primera victoria electoral en 1996. Allí se curtió políticamente, en una vida madrileña más enfarragosa, más llena de cepos y enredos. Sus cuatros años al frente del Insalud sorprendieron a Francisco Álvarez Cascos, vicepresidente y ministro de Fomento durante los gobiernos de Aznar, que lo captó para dirigir Correos.

Llegó entonces la llamada de Fraga, que lo reclamó como conselleiro de Política Territorial. Es 18 de enero de 2003. La efeméride supone el nacimiento del Feijóo más político. Apunta el periodista Xosé Hermida a que su llegada la provoca una analogía casi irónica con la actualidad: la venta de trajes de agua y palas del conselleiro Xosé Cuiña tras el desastre del Prestige.

El desalojo del poder de Fraga en 2005, que algunos achacan a la caída durante la campaña que evidenció su senectud, Feijóo canalizó el estimuló de Rajoy para que se posicionara. No era el favorito: Fraga quería a José Manuel Barreiro como sucesor. Los cuatro años de Feijóo en la oposición arrojan su hemeroteca más insolente, más faltona en la refriega parlamentaria. Quizás fue la necesidad de reivindicación de un hombre a quien en una velada de empresarios gallegos le preguntaron el nombre, una afrenta. "El líder del PP, que ahora no recuerdo cómo se llama", dijo a micrófono abierto el maestro de ceremonias. Al final debieron de aprenderlo. En 2009 ganó por mayoría absoluta. Y en 2012. Y en 2016. Y en 2020. Y con un poder dentro del partido que jamás ostentó Fraga.

La foto con el narco y el 'galleguismo'

Dicen que todos los políticos tienen «su caso», algún escándalo capaz de empañar o enterrar hasta más decente de las carreras. El de Feijóo es una foto con un narco, Marcial Dorado, un capo de la ría de Arousa condenado a 10 años por narcotráfico y a otros seis por blanqueo de capitales. «Núñez Feijóo y el contrabandista», rotuló el diario El País su portada del 31 de marzo de 2013 junto a una foto tomada 20 años atrás, pero en evidente actitud de camaradería a borde de un barco.

«Cuando lo conocí no sabía nada sobre su pasado ni sobre su actividad, ni a qué se dedicaba ni en qué podía estar involucrado», se defendió Feijóo, que afrontaba el inicio de su segunda legislatura. Desenterrar la amistad con Dorado supone para Feijóo un estigma aprovechado recurrentemente por sus enemigos desde entonces. Desde grafitis hasta la aparición habitual en la refriega parlamentaria. Cómo diablos no conocía a que se dedicaba su amigo. De dónde saldría entonces el barco, la ostentación de uno de los mayores contrabandistas de tabaco de la época. Siempre se habló de ello como uno de los motivos por los que en julio de 2018, cuando se preparó dos discursos sobre su candidatura o no a las primarias del partido, algo que también desgrana Balado en su libro. Dorado, años después, confesaría a Jordi Évole que de poder votar, lo haría por quien fuera su amigo.

Tachado de nacionalista por Vox y Ciudadanos y de españolista boicoteador del gallego por los nacionalistas del BNG, el sentimiento político de Feijóo hacia su tierra es de un confeso galleguismo, tradicional en el PP de Galicia, motivo de recelos por ciertos sectores de la derecha. La semana pasada en el Congreso, el día que dimitió Casado y algunos diputados desempolvaron el manual de estilo de Jep Gambardella en caso de funeral, un congresista de Ciudadanos puso una de las primera etiquetas al PP de Feijóo: "Partido Popular Nacionalista Gallego".

Pero ese equilibrio, esa bifurcación sentimental, es la clave de la institucionalización del PP en Galicia: abrazar el regionalismo militante para frenar al nacionalismo. Las bases sentadas por Fraga, una figura reivindicada en las campañas por toda la derecha. Así como lo abertzale no es irreverente hacia Sabino Arana, si alguien quiere optar al voto de la derecha en Galicia más le vale venerar a Manuel Fraga. La institucionalización hasta las raíces de un partido. Sucedía en Andalucía con el PSOE y en la Comunidad Valenciana con el Partido Popular. Esa bicefalia a veces insana.

Los 'fachas' que votaban a Rajoy

Uno de los principales mensajes del incipiente candidatura de Feijóo a la presidencia del PP es el anhelo por aunar los 10 millones de votos que antaño cosechaba el partido. Remontarse a esos tiempos de hegemonía, sin embargo, parece obviar la competencia de un partido que ha conseguido fidelizar un voto más sentimental. «Hay que ver la cantidad de fachas que votan a mi partido», le dijo Mariano Rajoy al periodista Manuel Jabois en 2009. Esos «fachas» a los que se refería Rajoy eran los que apuntalaban mayorías absolutas, sensibilidades que siempre estuvieron ahí y ahora con cobijo en la urna al abrigo de Santiago Abascal.