El ministro de la Presidencia española, Félix Bolaños, asegura que el Gobierno y las instituciones europeas van a trabajar para que se restablezcan todas las relaciones con Argelia. | Efe

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Una voz autorizada del Gobierno ha puesto el dedo en la llaga y desde entonces la sombra de sospecha y las dudas razonables se extienden inexorablemente. ¿Se encuentra la Rusia de Vladímir Putin tras el intento de desestabilizar a España a través del cierre comercial decretado hace unos días por Argelia? Más allá de los sectores más abonados a la teoría de la conspiración el propio ejecutivo central expresa en público la posibilidad de que, tras el movimiento de Argel, haya mucho más de lo que a simple vista parece adivinarse.

La mención la hizo recientemente la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, en el encuentro del ciclo Foros de Vanguardia 'El crecimiento de la economía en marcha' celebrado por el Cercle d'Economia. En esa cita Calviño se mostró muy sorprendida por la deriva de Argelia, de quien ha dicho ya se observaba una buena sintonía con el Kremlin «en las reuniones del Fondo Monetario Internacional (FMI) en primavera». Es por ello que el movimiento del gobierno argelino de congelar relaciones comerciales con España no la cogió del todo desprevenida. De todos modos, ha reafirmado la voluntad del ejecutivo español de «tener las mejores relaciones» con los países vecinos, y ha citado expresamente en esta voluntad tanto a Marruecos como a Argelia.

Las declaraciones de Calviño no son del todo nuevas en el sentido de que horas antes desde Bruselas ya se había conectado los hechos protagonizados por Argel con una suerte de estrategia teledirigida desde Moscú. De hecho numerosos analistas internacionales coinciden en señalar que en los últimos tiempos Rusia ha emprendido distintas operaciones más o menos soterradas para desestabilizar tanto a Europa como a Estados Unidos, empezando por las campañas de desinformación en redes sociales que acabaron con el voto masivo que aupó a Donald Trump hasta la Casa Blanca.

De otra parte, el jefe del Estado Mayor (JEMAD), almirante general Teodoro López Calderón, admitió este lunes que no hay dudas de la penetración de Rusia en África, y uno de los baluartes de los intereses rusos en el continente africano sería Argelia, donde según López Calderón prácticamente todo el armamento y el material militar lo provee Rusia. Así ocurre igualmente en muchas de las áreas repartidas por el globo donde la influencia soviética fue importante a partir de la segunda mitad del siglo XX. En muchos de esos lugares persiste el interés ruso por las materias primas que allí se obtienen, o por los intercambios comerciales que su duradera relación les propicia.

Sin embargo, los comentarios sobre la supuesta injerencia de Putin en los asuntos tanto de Argelia como de España no han sentado nada bien al otro lado del Mediterráneo. De hecho muchos en Argelia se ha sentido soliviantados, y fuentes cercanas al gobierno afirman que pese a que ha habido una innegable relación histórica con Rusia y que en algunas cuestiones de política internacional coinciden y parten de puntos de vista similares, Argel lleva a cabo una política exterior propia, no sujeta a tutelajes.

En este sentido, es relevante conocer que la ministra francesa de Exteriores, Catherine Colonna, ha mantenido ya una conversación telefónica con su homólogo argelino en plena crisis diplomática con España y tras la intervención de la Unión Europea (UE) reforzando las exigencias de España. A su vez Francia y Argelia subrayan la necesidad de continuar los esfuerzos para «construir una asociación equilibrada y mutuamente beneficiosa basada en el respeto mutuo y la cooperación fructífera». Argelia suspendió el miércoles pasado el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación con España y anunció la congelación de las domiciliaciones bancarias para el comercio exterior, ante lo que Bruselas advirtió de que podría suponer una violación del Acuerdo de Asociación. Argelia justificó la medida por el «desacuerdo político» con España, que dio un giro a su política sobre el Sáhara Occidental al apoyar la propuesta marroquí de autonomía, y defendió su compromiso con los acuerdos comerciales con la UE.