La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. | Efe - Zipi

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Con sus medidas de ahorro energético, Sánchez ha vuelto a caer en la trampa. Ya le pasó con la COVID. Ahora se mete en la misma charca tras haber cosechado sonoras derrotas electorales en Madrid, Castilla-León y Andalucía. Ayuso ha vuelto a ponerle el anzuelo. Las medidas de ahorro energético, que incluyen recortes de refrigeración en las zonas comerciales, dañan la calidad de vida de infinidad de trabajadores que tendrán que soportar más calor en sus horarios de trabajo. A su vez, los apagones de luminosos contribuyen a crear ciudades turísticas tristes. Los empleados sufren.

Ayuso se ha lanzado a la yugular de Moncloa como ya hizo en la época de la COVID con aquel cierre a cal y canto y sin miramientos de bares y restaurantes, que llevaron la angustia a infinidad de hogares trabajadores. Ahora Sánchez ha tachado de ‘insolidario, egoísta y unilateral’ el plan de Ayuso para evitar tanta dureza. Ha picado como un pardillo. En una democracia corre un serio riesgo quien pone en peligro empleos con medidas pomposas y altaneras a ojos de sus propios votantes.
Alguien debería advertirle al presidente que jamás se ha de perder la lealtad a los principios fundacionales de su partido.

Y el PSOE fue fundado en 1879 para defender a los trabajadores, al coste que fuese y por difíciles que fuesen los sacrificios. Los creadores de aquel PSOE basado en el pensamiento de Karl Marx tenían muy claro que sus acciones debían partir del instinto de servicio a la clase obrera, por y ante todo. Y así crecieron y se hicieron imprescindibles.

Hoy en día, Sánchez predica ‘solidaridad’ con la agresividad de Bruselas contra Moscú y Pekín, sin pensar en que para muchos trabajadores el problema fundamental es tener que trabajar en malas condiciones o ante el miedo a la eliminación de puestos de trabajo. A Moncloa parece que se le ha olvidado el instinto de clase. Y eso, cuando de la izquierda se trata, se paga caro. Muy caro.