La veterinaria y poeta María Sánchez. | JOSE GONZÁLEZ

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De adolescente, cada vez que iba de camino a coger el autobús escolar, pasaba por una calle del pueblo en la que a un lado había casas y, al otro, un muro de marès ennegrecido por el paso del tiempo. La pared, que entonces me parecía alta pero mediría poco más de un metro, ocultaba un campo de almendros. A primera hora de la mañana, yendo hacia la parada, recuerdo a los gorriones revolotear entre las ramas que sobresalían. Hace años que esto es solo un recuerdo porque una sucesión de chalés adosados han transformado y ocupado ese lugar y aquel instante ya solo existe en mi memoria. De esas decisiones humanas que repercuten en un almendro en flor o en el vuelo de un pájaro va Fuego la sed (La Bella Varsovia), el nuevo poemario de María Sánchez (Córdoba, 1989), la veterinaria que hace siete años revolucionó la literatura española con Cuaderno de Campo.

La delicadeza con la que me contestaste a mi petición para entrevistarte también la he sentido al leerte. ¿Qué esperas despertar en el lector?
La verdad es que son cosas que se piensan cuando una termina de escribir el libro, que surge de una necesidad. No pienso en las personas que lo leerán (ríe). Luego sí que viene el discurso y cómo me gustarían que se interpretaran los poemas, pero hay una cosa elemental: conseguir que el lector repare en lo que tiene al lado, sea un pájaro, un árbol o un río, y que se pregunte sobre dónde habita, cómo sería la vida antes de él y quiénes vivían allí; ese es el regalo. Ahora que ya han pasado unos días desde que salió el poemario recibo comentarios de personas que sienten que no están solas, porque se ven reflejadas en los rituales, los duelos, las costumbres y en el hecho de que se busquen otras maneras de estar en el medio y en la lucha contra la emergencia climática.

Ambos hemos tenido el privilegio de tener acceso y un vínculo con la naturaleza desde pequeños, pero ¿crees que alguien ajeno al campo o sin interés por el medio puede sentir el mensaje de tus poemas?
Creo que sí. Una persona que esté abierta puede recibir un mensaje del campo o de Marte. Es muy interesante la reflexión del privilegio porque no todo el mundo tiene esa suerte. Si con los poemas despierto el interés por querer saber sobre nuestro territorio estaré satisfecha. Habernos separado es el problema de este sistema, pero somos naturaleza. En una ciudad también hay pájaros, árboles y vida animal. Si leerme sirve para reparar en que el pájaro que escuchas entre el ruido de los coches es un mirlo, me parece maravilloso.

Muchos somos nietos o bisnietos de campesinos que emigraron a la ciudad, donde se convirtieron en trabajadores, mayoritariamente del sector servicios. España fue de los últimos países campesinos de Europa. ¿Puede que esto sea una ventaja para reconciliarnos con el medio?
Totalmente. Recuerdo una anécdota preciosa de cuando saqué Tierra de mujeres. A las presentaciones vinieron muchos jóvenes que me decían que habían descubierto que sus bisabuelos o tatarabuelos eran de tal o cual pueblo. Me parece precioso. La primera acepción en el diccionario sobre la palabra cultura es cultivo, que está relacionado con el campo. Cuando aprendes el nombre del pájaro que te despierta, quieres salvarlo. Hay que dar herramientas para extender este conocimiento, como que los niños, desde la guardería, tengan una huerta en la que puedan ver cómo tarda en crecer un tomate.

La emergencia climática es algo muy presente y el poemario es oscuro porque estamos en ese punto

«Ya no llueve como antiguamente / una y otra vez repiten / los mayores / Ellos nacieron antes del fin / Ellos se convertirán en ancestros / nosotros en fantasmas». Es muy duro.
Ya nos estamos enfrentando a una crisis muy grave. Hay camiones cisterna que tienen que llevar agua para regar y árboles que mueren por falta de lluvia. Estudios científicos certifican que el aumento de la temperatura por el cambio climático está provocando que los pájaros sean más pequeños y tengan las alas más largas y hay plantas que se mimetizan más con el entorno para ocultarse de los humanos. La emergencia climática es algo muy presente y el poemario, en este sentido, es oscuro porque estamos en ese punto. Aunque también quiero dar luz. En el poema que citas pensaba en el fantasma que vaga porque busca una tierra, algo a lo que aferrarse. La figura de los ancestros representa la unión con el territorio, algo concreto, una manera de estar en el mundo, mientras que el fantasma deambula.

¿El saber que reivindicas nos guiará cuando empecemos a notar la falta de recursos en la vida diaria, que nos obligará a decrecer?
Apelo a todos esos saberes ancestrales de personas que han vivido con el medio, que han sabido escucharlo, entender los ritmos del cambio y mirar el cielo. No tenemos que ser como ellos ni vivir de esa forma, pero sí tenerlos en cuenta porque nos pueden ayudar. En Una trenza de hierba sagrada (Capitán Swing), la bióloga Robin Wall Kimmerer reivindica los saberes de los indígenas americanos. Plantar tres hortalizas juntas, algo que los europeos, al llegar, vieron como algo inútil, se ha demostrado que es perfecto porque existe una simbiosis. Sembrar el agua, como hacían los árabes en Sierra Nevada a través de una red de acequias de careo, es otro ejemplo. Debemos usar esos saberes y combinarlos con las herramientas que tenemos.

Destacas una cita de la escritora y activista ambiental Terry Tempest Williams: «Hablar hoy del tiempo es un diálogo con la supervivencia». ¿Cómo han cambiado esos lugares en los que creciste y que ahora tratas de «aprender a amarlos» de otro modo?
Su Erosion: Essays of Undoing es brutal, un libro increíble. Hay que aceptar esos cambios, pero creo que siempre hay que pensar en un mañana, en otro mañana. La clave está en nombrar los dolores que sufre el territorio para trabajar otras formas de habitarlo. Al dedicar el libro a esos lugares en los que crecí y que tanto han cambiado quería romper con las dedicatorias a personas o animales domésticos. Cuando los conocí ya eran diferentes a cómo lo hicieron mis padres y abuelos, pero quiero mantener viva la memoria del territorio que está fuera de los libros y mapas. Cada lugar tomaba el nombre de los que lo habitaban hace 100 años, es algo que me encanta. Cuando hablo del campo siempre me refiero a la Sierra Norte de Sevilla, de donde viene mi familia.

Los cambios de uso del suelo están rompiendo los círculos ecológicos

El otro día escuché a dos personas comentar lo bonitas que eran unas flores amarillas en las que revoloteaban varias abejas. ¿Por qué somos capaces de admirar esa belleza que luego traicionamos con decisiones que la aniquilan?
Creo que viene de no saber ver el todo: apreciamos la belleza de una flor, pero no el conjunto. La alimentación no existiría sin los polinizadores, como las abejas. Es toda una cadena. Los cambios de uso del suelo, por ejemplo, están rompiendo estos círculos ecológicos. Haber reparado en esa flor, ya me parece positivo.

La actividad humana, sin embargo, también es imprescindible para preservar el medio.
Una compañera consiguió reintroducir el quebrantahuesos en una zona de Granada con la ayuda de pastores, porque sus cabras pueden servir de carroña para que estas rapaces se alimenten. En una dehesa bien intervenida es donde hay linces, vacas, flores y alcornoques, mientras que en la que está sin tocar no hay nada de eso. Estamos en un punto en el que el monte hay que controlarlo porque los incendios son un gran peligro. Un ganadero canario que conoce perfectamente su territorio y al cual los bomberos acuden cuando hay fuego en el monte, me dijo: «¿Qué pasará con la memoria del paisaje cuando muera?». Es una frase demoledora. Hay que fomentar sistemas de producción que hagan posible esos ecosistemas. Los parques nacionales son resultado de la interacción humana. Formamos parte del paisaje, para lo bueno y lo malo. Cuando te comes un queso de cabra payoya ayudas a preservar Grazalema y Ronda. También contribuyes a que no haya incendios, a que se conserve la biodiversidad, además de fijar población y ayudar a empresas de economía familiar. Lo que no debemos incentivar es un sistema industrial que contamina, que explota.

Ahora mi yoga es salir a caminar, sentarme sin hacer nada y escuchar los pájaros

Tu escritura se nutre de lo que llamas «destellos». ¿Cuál fue el último que tuviste?
Viendo un cernícalo en el prado que hay frente a mi casa. En la ventana de la cocina siempre tengo unos prismáticos a mano. Vivo atravesada por estas cosas que me permiten seguir viviendo. Me pasa continuamente y me encanta salir a pasear al campo, donde vivo. Hay que cultivar la capacidad de asombrarnos y conmovernos. El mundo me parece fascinante.

Caminar sin rumbo por el bosque es una forma de meditar.
Me gusta mucho hacer yoga, pero ahora mi yoga es salir a caminar, sentarme sin hacer nada y escuchar los pájaros. Cuando me cuesta acabar un texto paseo. Las mejores cosas se me han ocurrido caminado, no ante la pantalla. Necesitamos caminar.

Ojalá en los platós hubiera biólogos y científicos y no gente que opina sin saber

¿Crees que la hipersensibilidad urbanita hacia el campo y ciertos animales, que se idealizan e infantilizan, dificulta el entendimiento entre el mundo rural y la ciudad?
También pasa del rural al urbano cuando se dice que los de ciudad no sobrevivirían en el campo. Es un problema. La mirada que reduce, que solo piensa en el mamífero y se olvida de los insectos, los pájaros o el suelo, demuestra desconocimiento. Y esto está relacionado con el discurso que se escucha. Ojalá en los platós hubiera biólogos y científicos y no gente que opina sin saber. Hay que saber no contestar si no se sabe de algo y rehuir del pensamiento que se cree superior al resto de cosas.

Ni la cabaña de Walden ni Los Santos Inocentes de Miguel Delibes. Descríbenos, al margen de estereotipos, cómo es el mundo rural en el que trabajas como veterinaria.
Es tan diverso que no te lo puedo ni definir. En la provincia de Sevilla nada tiene que ver la sierra con la campiña porque las relaciones y los proceso socioeconómicos son muy diferentes. El problema es querer explicar el campo en una sola cosa. Por poner un ejemplo: la gente que ha protestado no me representa a mí ni al 90 % del campo. Hay muchos modelos y tipos de mujeres y hombres rurales. Por otra parte, mi trabajo ahora es más científico, de investigación, aunque también me toca campo. Hago trabajo de conservación de razas autóctonas de Canarias, como la cabra palmera, pero también de la Península.

Has sufrido más el machismo y el paternalismo en las ciudades que en los pueblos. ¿Te sigue pasando?
En el campo tengo una posición de privilegio porque no soy jornalera, pero nunca me han cuestionado por cómo visto, ni se han reído de mi acento, algo que sí me ha pasado en la ciudad con intelectuales de la cultura. Es increíble.

«Renegad de la nostalgia / en ella también se esconden / el poder / la violencia / la sequía». Lo interpreto como una advertencia contra el auge de las visiones políticas autoritarias, de las cuales el campo tampoco se escapa.
Estoy muy en contra de la frase vivimos peor que nuestros padres y abuelos. Si mi abuela o madre hubieran tenido los mismos privilegios que yo, podrían haber sido la primera escritora de la familia. ¿Qué pasaría con tantas mujeres de nuestro si hubieran podido decidir qué será de mayores?

¿No vivir de la escritura y seguir trabajando como veterinaria te da mayor libertad de expresión?
Es importante. Es un privilegio y, a la vez, un sacrificio, porque soy autónoma y trabajo todo el día. Escribo cuando quiero, cuando estoy preparada; por eso he tardado 7 años en sacar este libro. Eso así, no me sentaré con según qué señor en una conferencia y puedo escribir lo que pienso. El trabajo creativo está muy precarizado en este país y ves que se escribe mucho porque hay que pagar facturas. Si la gente se olvida de mí porque no saco un libro, no pasa nada. Me voy a la cama con la conciencia tranquila. Las cosas hay que hacerlas desde otros lugares.